Kreutzer Sonata

Reseña de la Sonata a Kreutzer, de Lev Tolstoi

Hoy nos toca reseñar la Sonata a Kreutzer, de Lev Tolstoi, relato de 1887, publicado en 1889: relato que nos propone considerar el trayecto imaginario doméstico que va desde la utopía a la distopía. Nada más ni nada menos que el amor, nada más ni menos que esa ilusión humana, esa gloria de la que hablan los poetas, esa fuerza de que reniegan los misántropos.

Se nos contará, en primera persona, el desengaño, seguido de tragedia, de un noble ruso. Su descubrimiento de que el amor no es más que carnal, y de que constituye uno de los factores más poderosos de perdición humana.

Nosotros estamos a más de un siglo del mundo que pinta la historia, hemos asistido en parte a la emancipación de la mujer, a las ideas freudianas, a la discusión sobre el derecho de aborto, a la amplitud de derechos femeninos, a la tolerancia y legalidad del divorcio, etc., pero no por ello las ideas que se exponen resultan anticuadas. Al contrario, quizá una de las cosas más apasionantes en la lectura del texto resulte el hecho de que se lo pueda considerar aun hoy como un semillero de cuestiones irresueltas.

A los 15 años, según sus palabras, nuestro confidente se deprava, en una casa de tolerancia, o lo que nosotros llamamos prostíbulo. A partir de allí, se vuelve un mujeriego: según él, un “estado físico semejante al del morfinómano, del borracho o del fumador”. Se reconoce enseguida a los tales, según el narrador, en el modo en que miran a las mujeres jóvenes.

A los 30, con la idea de “contraer matrimonio y organizar una vida familiar elevada y pura”, encuentra una mujer que cumple con sus expectativas: “me pareció que comprendía lo que yo pensaba y sentía que aquello era sublime”, “en realidad, lo único que sucedía era que su vestido y sus bucles le iban muy bien a la cara y que, después de haber pasado un día juntos, deseé tener una mayor intimidad con ella”.

Aunque lo comprende mucho después, advierte que “el elevado y poético sentimiento que llamamos amor no depende de las cualidades morales, sino de la intimidad física, y además, de los peinados, del color y del corte de un vestido”.

Las ideas que ha adoptado de acuerdo con sus vivencias hacen que su interlocutor se sienta desconcertado. Por ejemplo, en la cuestión de la dominación:

El razonamiento es el siguiente: “es justo que la mujer se vea reducida al último grado de humillación y, sin embargo, sea ella la que impere”. “La falta de derechos de la mujer no consiste en que no pueda votar ni ser juez, sino en que no se encuentra en el mismo nivel que el hombre respecto de las relaciones sexuales, en que le está prohibido disfrutar de un hombre o abstenerse según su deseo y elegir en lugar de ser elegida. Ustedes opinan que esto es una inmoralidad. En este caso, tampoco los hombres debían tener ese derecho. Por tanto, como compensación, la mujer influye en la sensualidad del hombre, lo domina de tal manera, que es ella la que elige, aunque parezca otra cosa. Utilizando este procedimiento, abusa de él y adquiere un poder terrible sobre los hombres”. “En cuanto un hombre se acerca a una mujer, se rinde a sus encantos y pierde la cabeza”.

Entonces se casa, sin saber, claro, en ese momento, que “de cincuenta hombres apenas se encuentra uno que no esté dispuesto a engañar a su mujer”.

Ya en la Luna de miel experimenta “una época violenta, vergonzosa, desagradable y terriblemente aburrida”

Rápidamente se llega a la desilusión: “la satisfacción sensual había agotado nuestro enamoramiento (…) éramos dos egoístas que deseaban obtener el mayor placer posible el uno del otro”. Se da cuenta entonces de haber caído en la trampa.

Se da cuenta de que la mujer, para él, no es más que un “instrumento de placer”.

Tienen hijos. Luego de sus lactancias, liberada de estas tareas de recogimiento, su mujer, parece reflorecer y se vuelve más atractiva, lo que ocasiona irremediablemente sus celos. Seguía ignorando, mientras tanto, que “el noventa y nueve por ciento de los matrimonios viven en el mismo infierno en que vivía” él.

Entonces, en medio de esa vida doméstica enrarecida, donde ya se han dado los desengaños y donde se desarrollan las eternas rencillas diarias, aparece el hombre, el virtuoso violinista que precipitará los acontecimientos. Mientras tanto, las discusiones crecen, el desdén mutuo es constante.

Trujashevski, antiguo amigo de nuestro narrador, lo visita y como su señora gozaba con el piano, pasan una velada tocando. Esta afinidad lo llena de recelo, pero finge que no hay tal cosa.

Entonces ya todo será un despeñarse hasta el crimen: hipócritamente, Pozdnyshev, para simular normalidad, organiza una velada musical donde su mujer toque con el violinista. Todo transcurre apaciblemente, la velada es un éxito, pero nuestro narrador siente que odia a su mujer, y no puede dejar de pensar que lo están engañando.

Allí aparece el motivo del título del relato: su dama y el violinista tocan La sonata… y el relator no entiende lo que la música le hace, solo comprende que su voluntad y pensamiento ya no le pertenecen, que la música lo arrastra, que, como el amor, con su poder depravador, lo enajena, lo subyuga terriblemente y parece como que el mundo adquiriese una nueva apariencia.

Todo se precipita: por trabajo, debe partir a otra provincia. Tres días debía estar ausente, pero al segundo sospecha que su mujer debe estar engañándolo y decide volver. Fatalmente, llega a su casa a la noche y al abrir la puerta observa el abrigo del violinista sobre una silla. Entonces toma un puñal curvo que colgaba sobre una panoplia e irrumpe en el salón del piano, donde los encuentra ejecutando una pieza. La apuñala enloquecido.

Leer a Tolstoi es una aventura apasionante. Su obra inmensa va desarrollándose a impulsos de su transformación espiritual y moral. Resulta impresionante que la misma persona que creó “La felicidad conyugal” fuese también la que ideó la Sonata…

Quizá nuestro autor pueda ser considerado como uno de los más grandes novelistas del siglo XIX, nada menos, por esos monumentos imperecederos que se llaman “La guerra y la paz” o “Ana Karenina”. También, resulta un maestro en el relato, como lo demuestra Kholstomier, donde narra un caballo sus experiencias y nos regala una perspectiva animal sobre nuestro mundo problemático.

Al final de su vida, una crisis religiosa lo determina a convertirse en una especie de monje, alguien que decide seguir el camino de Cristo, hastiado de la vanidad del mundo, con la vista fija en el ideal de fraternidad humana.

Por Martín Cagnoni para Alegre Distopía, un programa de música, literatura y artes varias que imprime una mirada irónica y humorística a estos tiempos distópicos. Escuchalos todos los jueves de 17 a 19 horas por FM La Plaza 94.9

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