Diego Muzzio El ojo de Goliat

Reseña: El ojo de Goliat, de Diego Muzzio

Diego Muzzio nación en Buenos Aires en 1969. Ha publicado, entre otros, los siguientes títulos: Mockbba (Entropía: 2007), Doscientos canguros (Entropía: 2019) (cuentos); Las esferas invisibles (Entropía: 2015) (nouvelles); El hueso del ojo, Sheol Sheol, Gabatha, Hieronymus Boscha, Tratado sobre la ejecución de animales, El sistema defensivo de los muertos (poesía). El ojo de Goliat es su primera novela (Entropía: 2022)

“Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.” (Nietzsche)

“De pronto, el oficial levantó los ojos y señalo un punto lejano entre las nubes. Era un cuerpo que caía del cielo, algún piloto cuyo avión había sido derribado. El muchacho susurró: “Hemos asesinado al señor”; entonces extrajo su revólver y, ante la mirada imponente de Pierce, se voló la cabeza.” (El ojo de Goliat: 26)

“El ojo de Goliat” es una novela sobre la dualidad del hombre, sobre esa parte que por haberse pensado como opuesta a lo racional, se ha encasillado dentro de la monstruosidad, locura o irracionalidad. Justamente uno de los centros de la novela en la primera y segunda parte se vincula con una institución psiquiátrica: St. Bartholomen en Edimburgo. Pierce dirige esta institución con una metodología, la hipnosis, que es desacreditada por sus detractores: los alemanes de “el círculo de Munich”. Pierce es un inglés veterano de la primera Guerra Mundial que debió experimentar el suceso que ha marcado un cambio radical en la historia, que produjo un quiebre en la idea del progreso continuo del hombre a partir de la razón iluminista:

“En todo caso, había dos clases de seres: los que prevalecían sobre sus demonios, encerrándolos bajo siete llaves en las regiones más remotas de sus psiquis, y aquellos que terminaban por ceder a su influjo. Las situaciones extremas (…) favorecían el desmoronamiento de esa fachada de normalidad debajo de la cual maduraba otro, un parásito en estado larval. Pierce solía referirse a la guerra como “La gran cerrajera del abismo”. Desde aquella noche en la que Anne le había mostrado por primera vez las ilustraciones de Alicia en el país de las maravillas realizadas por John Tenniel, Pierce ya no lograba representársela como un dios griego o romano (…) sino más bien como una niña de bucles y ojo alucinados que, con un tintineante manojo de llavecitas, iba abriendo las recamaras mentales que mantenían encerradas vociferantes legiones de demonios.” (24)

Entre los pacientes de esta “modesta sucursal del infierno” se encuentran, entre otros, un antropófago, “el clérigo”, “el resucitado: un espiritista farsante que se automutila. Todos son ex combatientes.

El otro centro es el ingeniero Bradley quien llega a esta institución traído por un tal Stevenson director de la Northern Lighthouse Board y primo de Robert, el escritor de “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”. Pierce que desprecia la ficción tiene como excepción a esta novela entre sus preferidas “porque trataba sobre un tema propio de la psiquiatría: el trastorno o desdoblamiento de la personalidad.”

Bradley, también veterano de guerra, había sido destinado a supervisar el estado de un faro en un islote en la Patagonia argentina del cual es rescatado en un estado mental destrozado víctima de una experiencia terrorífica a pesar de repetirse a sí mismo “soy un hombre sensato, metódico. Las morbosas fantasías de poetas y novelistas siempre me han dejado impasible”. La segunda parte de la novela es justamente la reproducción de los diarios de Bradley que inicia el 7 de julio de 1922 durante su estadía en el faro en 1922 descripto como una especie de “infierno” con su forma cónica, un lugar desolado, embestido continuamente por el viento, el mar y una bandada de pájaros:

“El capitán se reclina en la baranda. Dice, sin preámbulos:

– A los faros situados en altamar se los llama “infierno”; después vienen los “Purgatorios”, más cercanos a la costa; y, por último, los “paraísos; construidos en tierra firme. El ojo de Goliat es la vanguardia de los primeros. El “infierno de los infiernos”. Pero usted, por lo que sé, ya estuvo en un lugar semejante: el frente occidental.” (46)

Esta narración da cuenta de una mente que al transcurrir de los días se va desintegrando frente a lo que podemos suponer producto o no de su estado psicológico: una verdadera estadía en el infierno que a su vez incluye la historia de un anterior custodio del faro y sus anotaciones: Evans, un presidiario que se ofreció como voluntario y que estaba preso por asesinar a su esposa e hijas y luego embalsamarlas. En estos diarios es donde más fuertemente se trabaja a partir de historias enmarcadas, una incluida dentro de otra y con registros distintos: un informe de su antecesor, un tal Bustos, recortes de Evans sobre su asesinato; “Análisis psicológico del asesino”, un artículo de Horacio Quiroga en donde se lee el anterior y el escritor cuenta su encuentro con Evans, el libro de bitácora que incluye, a su vez, historias de otros presidiarios, la mención a lo que llama “las visitas”, etc. Este diario es un ejemplo de una narrativa que trabaja a partir de la tensión constante, el terror y las fantasmagorías.

La tercera parte retoma la primera y narra los avances que ha logrado Pierce en su paciente. Sin embargo, mientras prepara un libro y una presentación de los resultados de sus métodos dependerá de la asistencia de los detractores de sus métodos, los alemanes del “Círculo de Munich”.

Toda la novela está cruzada por referencias a la dualidad: dos mariposas, “gemelas”, dos escribientes, los dos hijos de Ares, lo racional y lo irracional, el bien y el mal, etc. Cada personaje es un otro, pero cada uno y cada otro representan un continuo, un punto en una serie. De esta manera como en un haz que atraviesa toda la novela, todos se convierten – en una especie de mitologización, como en un eterno retorno- en una representación de un otro. Y lo que retorna es el trauma, la culpa, la memoria del horror de la guerra. Toda una serie de acciones y situaciones que siendo similares producen el paso, el pasaje o la emergencia de lo que culturalmente está vedado: el abismo, el monstruo, el infierno. Esto se refuerza por situaciones, enunciados, referencias que van impregnándose, pasando de una historia a otra y emergiendo una y otra vez. Y a su vez, como en una especie de anuncio del horror por venir se menciona a un personaje que bien podría ser Hitler.

El final de “El ojo de Goliat” es una genialidad, no tanto por lo sorpresivo, sino por el armado artificial de un “locus horrendus”, una trinchera, que pensado en principio por Pierce con un fin terapéutico, constituye una escena desplazada, una representación de un trauma del otro, pero que hace emerger el propio. Otros son los personajes, pero se trata de la misma violencia, la misma “bestia que algunos hombres llevan dentro.”:

“Al empujar las puertas del inconsciente, el hipnotizador pagaba un precio. Y, en ocasiones, se trataba de un precio muy alto. El hipnotizador era un médium, la voz que convocaba a los demonios, un exorcista con el poder de comandar legiones pero expuesto, también él, a los peligros de la alienación y omnipotencia.” (138)

El ojo de Goliat, Diego Muzzio
Editorial Entropía
2022: 183 páginas.

 

 

 

 

 

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