Esta semana traigo para compartirles mis humildes impresiones sobre una película estrenada en 2016, disponible en Youtube: “Yo, Daniel Blake”, un film del cineasta británico Ken Loach conocido, en el ambiente cinematográfico, por su estética orientada hacia el realismo social y temática socialista.
El elenco de esta película cuenta con actores y actrices del Reino Unido. La trama trabaja, antagónicamente, dos cuestiones: los ciudadanos y un sistema estatal-privado plagado de burocracias y reglas internas que maltratan, destratan y someten a los ciudadanos. Dave Johns interpretará, muy acertadamente, a Daniel Blake, un carpintero longevo, que se verá envuelto en un problema de salud complejo y deberá recorrer las oficinas estatales en busca de un subsidio económico no sólo para pagar sus cuentas sino para poder vivir y, por otra parte, Hayley Squires dará vida a Katie, una madre de dos niños asolada por una desesperante situación económica que la obliga a “visitar” las oficinas de ayuda social que, por su puesto, carecen de tacto y son completamente insensibles y para nada empáticas con las personas que tienen la desgracia de recorrerlas.
Los personajes, antes nombrados, representan un sector de la trama: los trabajadores o ciudadanos de segunda categoría. Ellos interactuarán con todo un sistema tirano que hará todo lo posible para no concretar los derechos sociales de los trabajadores y personas de escasos recursos. La historia del film se instala en las oficinas terciarizadas y privadas que deberán determinar el otorgamiento o no del beneficio o subsidio. El personal a cargo de dicha labor, obviamente, estará instruido para detectar grises en las solicitudes o generar algunas trabas para el otorgamiento de estos derechos. El film hace especial hincapié en esta cuestión, en la burocracia administrativa, en las reglas internas que marcan sanciones en los futuros beneficiarios, en el personal “competente” que atiende un tema de incapacidad laboral por cuestiones de salud (no es un médico sino un personal capacitado para establecer el otorgamiento).
Hay un espacio bien amplio, en esta película de alto vuelo social, para el despliegue del destrato y la falta de empatía. Daniel Blake es un carpintero viudo, de avanzada edad, analfabeto digital, con un problema coronario que le impide seguir trabajando y debe tramitar, para su desgracia, un subsidio. Sus derechos quedan suspendidos en este mundo con criterio capitalista ya que no trabajar implica no cobrar. Desde el mismo momento que empieza a interactuar con la empresa encargada de darle ese beneficio universal entabla una batalla cuyo final parece cantado: cansar y obligar al ciudadano solicitante a no obtenerlo: larga espera telefónica, llenado digital de interminables formularios, entrevistas y acciones por cumplimentar (si solicita un subsidio por desempleo porque no califica para el de discapacidad debe buscar trabajo), destrato y sanciones irracionales como por ejemplo cortar el pago del beneficio por llegar tarde a la cita programada. Todas estas cuestiones, en pocas palabras, marcan la presencia de un sistema para nada dispuesto a perder plata con estos ciudadanos de segundo orden.
La película es un desfile, también, bien interesante de otros personajes marginados: vecinos que trabajan mucho tiempo por irrisorios montos (“esto es peor que China dice uno de ellos”), madre soltera totalmente desamparada, obligada por las circunstancias económicas a abandonar Londres, la gran capital, e instalarse en Newclaste. Katie, la madre en cuestión, irá descendiendo a los espacios más turbios de la marginalidad: vivirá en un lugar de mala muerte, deberá optar entre pagar la luz o comprarles ropa a sus hijos, fraccionará, casi al límite, la comida, robará toallitas femeninas y artículos de aseo personal en una tienda y, finalmente, ejercerá la prostitución como última posibilidad de conseguir dinero.
Daniel Blake no entenderá tanta deshumanización y será, con sus grandes problemas a cuesta, el héroe que cobijará en su manto paternal a Katie y sus hijos. Será un amigo que los recogerá y buscará de la escuela cuando ella esté tratando de encontrar trabajo, dará un concejo, hará de abuelo, colaborará con el arreglo de la casa. La insensibilidad que lastima, a estos ciudadanos de segunda, quedará empañada por la total empatía de Daniel Blake. Él, como se dice en el barrio, pondrá el pecho a las balas y protestará individualmente en estas oficinas de la barbarie, apelará, hasta las últimas consecuencias, su no otorgamiento del beneficio por discapacidad.
La carta final que desea compartir el protagonista será el resumen especial de este film de alto voltaje social: “No soy un cliente, ni un consumidor, ni un usuario del servicio, no soy un vago, un mendigo, ni un ladrón. No soy un número de la seguridad social, un expediente. Siempre pagué mis deudas hasta el último centavo y estoy orgulloso. El tipo de personas me da igual, siempre las he respetado y ayudado. No acepto ni busco caridad. Me llamo Daniel Blake, soy una persona no un perro y como tal exijo mis derechos. Exijo que se me respete. Yo Daniel Blake soy un ciudadano, nada más y nada menos”.
Las consecuencias del neoliberalismo rapaz e insensible del primer mundo quedan completamente desplegadas en esta linda película. Ella es una constante invitación a repensar las políticas capitalistas en la concepción de los trabajadores y, por sobre todo, los derechos sociales de los mismos.
Si estás dispuesto a mirar un cine de alto compromiso y empatía social, con un superhéroe de carne y hueso bien interesante como Daniel Blake esta es la ocasión para hacerlo.
Hasta la próxima estimados y estimadas.
Por Javier Dávalos para Alegre Distopía, un programa de música, literatura y artes varias que imprime una mirada irónica y humorística a estos tiempos distópicos. Escuchalos todos los jueves de 14 a 16 horas por Radio Nacional Salta – AM690 o FM 102.7