Charles Edward Anthony Keith Feiling en el registro civil Carlos Eduardo Antonio Feiling, para los amigos, Charlie nació en Rosario el 5 de junio de 1961. Licenciado en Letras (UBA) fue profesor de Lingüística en la misma, de Filosofía en la Universidad de San Andrés y de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Nottingham (Reino Unido). Trabajó también como asesor literario y decidió abandonar la carrera académica para dedicarse al periodismo cultural y a la literatura.
“La misión” que Charlie Feiling se había propuesto como dice Chitarroni en el “Prólogo”, “Los taquitos”, consistía en cuatro novelas, de las cuales llegó a terminar y publicar tres. Cada una correspondía a un género: “El agua electrizada” (1992) es un policial, “Un poeta nacional” (1993) es una novela de aventuras, “El mal menor” (1996) dentro del género del terror y, por último, “La tierra esmeralda” que quedó inconcluso y sería un fantasy.
También publicó el libro de poemas “Amor a Roma” (poemas, 1995) y póstumamente la editorial Sudamericana en 2005 publicó la recopilación de artículos y ensayos breves titulado “Con toda intención”.
Además, escribió en Vuelta, Revista latinoamericana de filosofía, lenguaje en contexto, Babel, El ciudadano, Conjetural, La Nación, Clarín, El Cronista y Página 12.
Murió de leucemia a los 36 años, el 22 de julio de 1997 en Buenos Aires.
“Hay cosas peores, entonces, que una combinación de Valium, cocaína y alcohol: nadie sueña con Dios, o por lo menos nadie sueña con el Dios que la teología define a partir de esos tres atributos [Omnisciente, Omnipresente y supremo en bondad], pero me parece que muchos hemos soñado con el demonio.” (218)
Dos grandes novelas argentinas de los ‘90 coincidieron entre las finalistas del Premio Planeta en 1995: El traductor de Salvador Benesdra (reeditada por Eterna Cadencia), y El mal menor que resultó la seleccionada y fue publicada en 1996 (reeditada en FCE en 2012 en la Serie del Recienvenido dirigida por Piglia y en 2021 por La Bestia Equilátera).
“El mal menor” comienza con dos epígrafes: uno en latín que pertenece a Metamorfosis de Apuleyo donde el cuerpo es objeto de múltiples transformaciones como lo será en la novela de Feiling y el otro está en inglés y pertenece a “El hombre del traje negro” de Stephen King, relato corto escrito en 1995 que ganó el World Fantasy Award. Es decir, tenemos dos referencias a lo que comúnmente se llama cultura alta y cultura popular, así como dos lenguas que remiten a tradiciones diferentes. Pero además, en “Un estilista” (1997) Feiling se refería a este relato de King publicado en The New Yorker como el punto a partir del cual adquirió “respetabilidad” y que demostraba “la miseria de pasarse la vida tomando cappuccino y leyendo a Auster”. En este relato, el “Dios cristiano que permite la existencia del mal es insostenible racionalmente.”
Este marco es importante ya que como mencionan tanto Piglia (“La forma del mal”) y Luis Chitarroni (“Los taquitos”) en sendos prólogos a la reediciones de la novela, la literatura de género, sobre todo la de terror, resulta menospreciada o colocada en el ámbito del Best Seller.
La acción transcurre durante los 90, el 93 más precisamente y en este sentido la novela trabaja sobre cierta atmósfera histórica post caída del muro de Berlín y el fin de la “Guerra fría”:
“Si me preguntaban hace diez años, hubiera dicho que el mundo de ahora iba a estar mejor, sin religiones ni boludeces, pero después de lo del muro todo empeoró” (102).
Este contexto se extiende a la Argentina menemista (108), al fracaso o la mentira del milagro económico chileno y de Pinochet, a la Inglaterra de Thatcher (147) con los marginados por el desempleo, pero también a Cuba con la realidad de los racionamientos, la justificación a partir del bloqueo y a EEUU o por la menos a Detroit, al Harlem mediante la comparación que establece en su mente Inés (92). Se trata de un mundo sin Dios, o de un Dios que permite la maldad por lo menos. Este es un gran tema de la religión y la filosofía.
Dentro de este contexto, “El mal menor” narra una historia que plantea la existencia de una realidad sobrenatural desconocida para los humanos. Se trata de la existencia de un gran cerco que separa el mundo de los sueños y el de la vigilia. Otro gran tema no solo de la literatura universal, sino de la filosofía que el cine también ha explorado. Los custodios de esta frontera son los denominados Arcontes. Estos pueden ver a los visitantes que son proyecciones de los soñadores que no llegan a materializarse del todo y que deambulan por la ciudad, una Buenos Aires espectral y alucinatoria.
Los dos primeros capítulos de la primera parte son una especie de comienzo en dos pasos que utiliza una mecánica y una serie de tópicos clásicos del cine de terror. El primero, narrado en primera persona por Inés Gaos, la protagonista, nos introduce desde el comienzo en un hecho misterioso: la vecina, Nancy, toca timbre y se queja del ruido de los tacos, los ta-qui-tos, durante la noche anterior. Lo extraño es que el departamento estaba vacío. Inés a través de su relato, un relato que a lo largo de la novela tiene la marca de enunciación de un “ahora”, en principio indeterminado, es decir, que relata un tiempo previo que se recuerda. El consumo de alcohol y de cocaína por parte de Inés más sus sueños ponen en principio en duda la validez o veracidad de su experiencia y de su relato. En una escena ya tópica del cine de terror entra a la bañadera y se queda dormida. Al despertar se encontrará con un hecho que le provocará horror, efecto que está descripto magistralmente:
“… muy pronto el pánico me mordió la columna y tomó de la garganta, me lastimó la boca del estómago. Sentí deseos de orinar. Temblaba, y mientras temblaba aquella presencia se movía hacia mí, rastreando el miedo como lo hacen en sueños ciertos animales inexistentes y muy peligrosos. (35)
Este primer capítulo pone en funcionamiento una de los motores de las historias de terror, sobre todo, en el cine: un personaje que experimenta la aparición de lo desconocido y sobrenatural, una mujer sola en una bañera y adormecida.
El segundo capítulo está narrado en tercera persona. Esta alternancia de narradores se mantendrá en gran parte de la novela y es fundamental en el cierre que nos hace releer y resignificar todo el texto. En este capítulo se nos presenta al otro motor de la historia, a Nelson Floreal, el tarotista. La escena tiene al principio un carácter prosaico. Floreal con una damajuana de vino se sienta junto al quiosquero y mientras este último le cuenta una película, “El último boy scout” (1991), el primero ve una serie de visitantes en la calle. A diferencia de Inés esta visión para Floreal es normal, no algo desconocido. Estas presencias contrastan con las secuencias prosaicas o realistas superponiendo a la ciudad reconocible otra alucinatoria u onírica:
“Dos hombres desnudos cruzaban floretes junto a la parada del 23… sobre las ramas de un árbol seco, frente al taller mecánico Los cuñados, se sentaba una jauría completo de perros o lobos… (43)
Floreal y su madre, Adela son personajes que conocen la existencia del cerco, los visitantes y la posibilidad de que un prófugo se introduzca en el mundo diurno. Son personajes que permiten al lector conocer aspectos de esta realidad en primer lugar a partir de un narrador en tercera persona focalizado en Floreal y más adelante a partir del diálogo que este mantiene con el socio y amigo de Inés en cual se retoman ciertas leyendas o historias judías como las de Tzaddik Nistar, un hombre santo oculto, así como en relación a los prófugos se mencionan las viejas leyendas europeas acerca de íncubos y súcubos.
La mecánica de la narración que estas dos líneas – la de Inés y la de Floreal y Adela – ponen en funcionamiento se completa a partir del cruce y alianza entre ambas: el mal representado en el prófugo será combatido por Inés Gaos y Nelson Floreal que deben enfrentarse a un peligro global: la posibilidad de que nuestro mundo sea invadido por los prófugos.
Además de la alternancia de un narrador en primera y otro en tercera omnisciente, otro aspecto que caracteriza a la narración son los cortes abruptos. Esto le da a la narración un ritmo episódico que corta la fluidez, pero permite cierta elipsis narrativa, la cual mucha veces se repone sintéticamente en la secuencia siguiente.
Otro aspecto muy trabajado en la novela son las referencias al cine de terror. La primera es El príncipe de las tinieblas de Carpenter, uno de los maestros del género. También se mencionan Poltergeist III, la primera de Pesadillas, Aullidos y Candyman. Podemos pensar que esta serie de películas no solo introduce una serie de cruces dentro de la novela, sino que funcionan como una especie de aprendizaje y una forma narrativa ejemplar.
Por otra parte, el personaje de Inés, su punto de vista introduce la cuestión de la distinción social, de la marca de clase social. Se trata del “gusto” y “mal gusto”. La escena inicial es ejemplar en este sentido:
La mujer con que me topé … pronunció su misteriosa frase – nada de buenas noches, nada de mucho gusto- … entre las raíces negras de su pelo teñido de zanahoria se divisaban algunas canas prematuras. (23)
Lanzó una larga parrafada. Eso me dio tiempo de catalogar los horrores de su indumentaria, desde el jogging naranja cuya manchas sobre el hombro izquierdo proclamaban el vómito de un bebé- según mis cálculos su segundo, pero luego resultaron ser cuatro, verdadero exceso demográfico- hasta las zapatillas Nike roñosas y el reloj digital de plástico” (24)
No se trata de una impresión sino de una verdadera radiografía del otro. Esta visión también se repite cuando describe la vestimenta de su madre y la contrasta con la de Nancy. Lo mismo sucede con la descripción de la ropa de Leopoldo y también con el gusto relacionado a la decoración del restaurante, la música y a la degustación de comidas.
Si esta visión de clase es un rasgo resaltado de Inés y si el prófugo es una pesadilla suya, podríamos pensar qué clase de ser puede llegar a invadir nuestro mundo, nuestra la vigilia, es decir, cuáles son los sueños o pesadillas de esta clase social.
Como dice Feiling en “Del crepúsculo al amanecer” (1997): Los sueños son lo más privado que existe, y sin embargo los terrores y placeres que producen son el patrimonio común de la humanidad. Psicológicamente hablando, sí vivimos en dos mundos. Del segundo, el que dio origen a la metafísica, aun sabemos muy poco, aunque para visitarlo baste con apagar la luz y apoyar la cabeza sobre la almohada. Quizá algún viajero del futuro retorne de allí con la noticia de que se trata en efecto de otro mundo, uno vasto e inquietante y en el que somos capaces de volar. Soñar no cuesta nada.”
El mal menor, C. E. Feiling
Editorial La bestia equilátera
2021: 248 páginas