Carla Maliandi es argentina, pero nació circunstancialmente en Venezuela en 1976. Es dramaturga, escritora, directora teatral y docente. Realizó sus estudios de grado y posgrado en la Universidad Nacional de las Artes. Como directora y dramaturga estrenó siete obras y participó en diversos festivales nacionales e internacionales. Su primera novela, “La habitación alemana” (Mar Dulce: 2017), fue traducida al inglés, alemán, francés y portugués. Actualmente dicta clases en la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes. “La estirpe” (Random House: 2021) es su segunda y última novela.
“Desde el suelo vi rebotar la bola de espejos y sentí en ese instante cómo todos mis pensamientos se rompían en millones de partes. Lo que vino después fue una oscuridad fresca sin pensamientos, que me arrastró como una ola que retrocede, que vuelve al fondo del océano.” (66)
“Antes de quedarme dormida solo escucho mis pensamientos en la oscuridad. Mi propia voz que dice la que eras se te va.” (140)
La novela está narrada en primera persona en un tiempo presente y comienza con la mención del primer intento de hablar y un sueño. Una mujer, Ana, despierta y no recuerda cómo ni cuándo llegó al hospital. Lo primero que recupera es un viaje y una herida, una cicatriz, de cuando tenía veinte años. Inmediatamente recuerda que cumplió cuarenta y en la fiesta una bola espejada cayó sobre su cabeza y se desmayó: otra cicatriz como marca que permite recordar o asegurarse de que lo que se recuerda realmente sucedió: como la flor de Coleridge o de H. G. Welles. Recuerda también que está casada y que tiene un hijo.
La idea de volver al “hogar” se repite en varias ocasiones. Primero el médico: “en un par de días te volvés a casa”, luego una doctora: “mañana ya vas a dormir en tu casa”, por último, su marido: “al fin ya estamos en casa”. Sin embargo, la protagonista no sólo no recuerda nada de la misma, sino que tampoco el nombre de su hijo, al que llamará “el chico”. Se trata de un regreso a medias o imposible a un espacio familiar, conocido.
Por otra parte, además de no recordar su pasado, la protagonista tiene problemas con la lengua, con expresar lo que quiere decir y con leer o escuchar lo que otros le dicen. En este conflicto lo que se encuentra en el centro es la amenazada a la propia identidad que se encuentra fracturada. El regreso a su casa lejos de producir una mejora y permitirle sentirse a resguardo, la introduce en una dinámica marcada por la negatividad:
“no saber”:
“Alberto dice que me encanta esta casa, pero no sé.” (43)
“Alberto lee un libro y el chico mira dibujitos animados (…). Yo no sé qué hacer.” (47)
“no ser”:
“Cuando le pregunto [al hijo] llora, quiere que yo sea como antes. Antes le preparaba la leche con galletitas y no sé qué más.” (15)
“Esta no es mi Ana, dice mi madre” (138)
“no entender”, “no recordar”, “no poder comunicarse”, etc. Negatividad que la lleva a intentar reconstruir su pasado, su identidad a partir de preguntarles continuamente a un otro, sobre todo, a su esposo Alberto y la empleada doméstica, Mónica. Ambos personajes adoptan ante la dificultad de Ana un discurso imperativo. Continuamente le dicen qué debe hacer y hasta la protagonista internaliza estas recomendaciones u órdenes:
“¿Por qué no va a descansar, señora Ana?
Acabo de levantarme, Mónica.” (74)
“Esta mañana no voy a poder acompañarte, dice Alberto. Vas a esperar a que el taxi te venga a buscar, le vas a indicar la dirección del centro médico… y cuando llegues vas a pagarle lo que marque el reloj.” (84)
Se trata de una mujer que ha perdido junto con su memoria y parte de su lengua, el hecho de ser madre, esposa, hija, escritora, docente y, sobre todo, en principio el deseo como mujer.
Frente a esta negatividad, una de las respuestas de la protagonista es la relacionada con establecer un orden para recuperar el control. En primer lugar, en su vida: listas mentales, planificaciones y encadenamientos lógicos. En segundo lugar, se trata de enfrentarse al caos del archivo para la novela que estaba escribiendo. Este libro en principio tomaba como núcleo un episodio de la Historia argentina relacionada a su vez con su historia familiar: un tatarabuelo que dirigía la orquesta que acompañaba al ejército durante la campaña del desierto en Chaco. Ancestro que en medio de la masacre de los indígenas se encuentra a una niña, se la lleva a su casa y es bautizada como María, sirvienta de la familia por décadas. Se trata de una “cautiva” de los llamados “malones blancos” que tiene como reverso la de Echeverría, la del cuadro de Ángel Della Valle, la de “Vuelta” de Martín Fierro entre otras.
Este archivo histórico proveniente de museos y bibliotecas se cruza con los papeles entendidos como recuerdos o reliquias que le envían los familiares de la protagonista y que representa junto a su cuarto de escritura otro aspecto que marca el caos que ya antes del accidente intentaba ordenar para encontrar la forma del libro. Sin embargo, el resultado no es ni un relato totalizador ni siquiera una “petite histoire” sino los restos, los fragmentos en el cual se mezclan los hechos, lo imaginado y el recuerdo:
“No perdí el hábito de escribir. Ahora escribo en papelitos, en los bordes de los diarios (…) Prefiero escribir en hojas sueltas, cosas sin importancia en papeles sin importancia que van a parar a la basura.” (13)
Al buscar una forma narrativa, darle voz al otro, narrar lo que la historia oficial y familiar omite se transforma ella en otra. Una dinámica que podríamos relacionar con “La metamorfosis” de Kafka, pero también ponerla en serie con otros textos como “El sur” de Borges y “Una noche boca arriba” de Cortázar en los cuales un accidente cotidiano produce la problematización de la identidad, la relación entre el sujeto y un otro.
Frente a todas estas imposibilidades comienza a emerger primero en los sueños, luego en la imaginación el deseo: los sucesivos encuentros eróticos con un vendedor de un local de la calle Brasil, pero lejos de permitirle reconstruir su identidad comienza un devenir otro/a como en una especie de fuga en cual la dinámica entre lo propio y ajeno: recuerdos, imágenes, una trenza, el archivo, textos que repite como “Nenia (canción fúnebre)” de Guido y Spano y “La cautiva” de Echeverría de la cual introduce una pequeña reescritura. Si este comienza con los versos “Era la tarde, y la hora, en que el sol la cresta dora, de los Andes”, la protagonista lo reescribe mentalmente como ”Fuego en los peatonales, cuerpos desparramados a la hora en que el sol la cresta.” (92/93). A su vez, como mencionamos, lo onírico es fundamental en la novela y es donde también se problematiza la identidad:
“En mi sueño la nena toba ya es vieja y me dicta un texto. Lleva la batuta en la mano y la mueve con cada palabra dirigiendo mis pensamientos para convertirlos en sonido. (…) Ella tiene puesto un delantal de maestra y yo el vestido de mi primera comunión, que me queda chico y me sofoca.” (134)
Quien lea “La estirpe” se encontrará con una novela centrada y narrada por una mujer que va perdiendo sus recuerdos, su lengua, su identidad y su lugar como esposa, madre, hija, docente y escritora. En este proceso de fractura indaga sobre su vida, sobre una parte de la historia argentina y familiar que tiene como eje la matanza de los indígenas del Chaco, pero sobre todo, a una niña que es tomada como cautiva y que se convierte en una especie de “maldición” que problematiza la propia identidad de la protagonista.
La estirpe, Carla Maliandi
Literatura Random House
2021: 144 páginas