La llegada del coronavirus será una bisagra en nuestra historia, nos cambió, y seguirá cambiando. El mundo no volverá a ser el mismo. Salta tampoco. La emergencia sanitaria nos ha golpeado con mucha fuerza, el freno económico que se dibuja como consecuencia del confinamiento y sus disparadores ha llevado a una crisis social y económica, y se han cristalizado desigualdades previas generando crisis en otros ámbitos. Una de ellas es la referida al trabajo doméstico no remunerado y la desigualdad de género.
Este conflicto, y creo que debemos entenderlo si, no se trata solamente del “cómo cuidamos” sino de “la organización social en su totalidad”, es decir es una crisis mucho más amplia y que afecta a lo económico, ecológico y político.
Los hogares se han convertido en el espacio donde todo y como adelantamos esta realidad no se distribuye equitativamente, sino que recae principalmente en las mujeres, y no está valorada ni social ni económicamente.
Se sabe que los cuidados son esenciales para la reproducción social, por el solo hecho de que todos y todas, en algún momento de nuestras vidas, hemos requerido de alguien que nos cuide para crecer y desarrollarnos.
La cuarentena, en tanto política de aislamiento o reclusión en el hogar implementada en nuestro país, aunque con particularidades según el municipio o provincia, que busco “demorar” y reducir la propagación del virus y preparar los sistemas de salud, puso nuevamente en el centro del debate lo que se conoce según Valeria Esquivel – coordinadora de Investigación en Género y Desarrollo del Instituto de Investigación de las Naciones Unidas para el Desarrollo Social (UNRISD) – como
“economía del cuidado” , donde el conflicto se mueve en cómo articular demandas de servicios de cuidado para niños y niñas con nuevas regulaciones en el mercado de trabajo y cristalización en beneficios de la seguridad social, de forma de monetizar de algún modo esa tarea indispensable que realizan mayoritariamente las mujeres.
De un día para el otro, muchos padres nos volvimos docentes, convirtiéndose la casa en una escuela, quizás con varias aulas simultáneas, la disminución de las salidas y de los tradicionales espacios recreativos llevo a que os programas televisivos o juegos en equipos tecnológicos sean la forma de esparcimiento, y hasta de relación con amigos y compañeros de los niños y
adolescentes, el estrés continuo por el temor al contagio, la convivencia diaria continua, los cambios en las rutinas diarias de las y los niños, la falta de contacto con los afectos y ausencia, de un momento a otro afectan emocionalmente a toda la sociedad.
Esto genero una crisis de cuidados donde surge a todas luces la necesidad de cambio cultural y de reconocimiento, tomando algunos de los múltiples temas que derivan de esta nuevo ambiente del hogar, me voy a referir a la doble carga laboral que enfrentan, en su mayoría, las mujeres por ser las principales responsables del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado.
Es importante tener en cuenta que hay situaciones muy diversas, incluso previamente a la pandemia, en las estrategias que se da cada familia a la hora de cuidar. Es muy distinto un caso de una familia biparental con posibilidad de contratar a una persona que el caso de una madre soltera que ella misma trabaja como empleada doméstica. En el contexto de la pandemia se amplían aún más estas desigualdades. Esto introduce una nueva capa de estratificación para el universo de hogares incluso dentro de los monoparentales con jefatura femenina: para sectores medios o medios altos, la dificultad puede pasar por el aprovisionamiento de mercancías en confinamiento y las restricciones para la generación de ingresos, mientras que para las sectores populares recrudece todavía más el riesgo a no disponer de lo indispensable, como es el alimento o el acceso a servicios públicos elementales que, frente a la pandemia, pueden representar directamente la diferencia entre la vida o la muerte.
Con la apertura progresiva de sectores económicos, pero sin un regreso a la actividad escolar esta tensión aumento cada vez más y, con ella, las desigualdades. Principalmente las mujeres fueron y son las que “eligieron” quedarse en sus casas en vez de volver a trabajar o realizar en sus casas teletrabajo, en los casos en los que sea factible, o incluso retirarse del mercado laboral para poder cuidar a los niños. Las mujeres enfrentan déficits en su autonomía económica al no poder decidir libremente cómo usar su tiempo, generar ingresos y disponer de ellos en igualdad de condiciones que los varones.
El cuidado es colectivo, sin embargo, las normas sociales de género atribuyen el rol del cuidado a las mujeres. Aquí surgen los motivos por los cuales debemos promover la corresponsabilidad, tanto en lo laboral como en lo doméstico, con medidas que rompan los moldes y evitar así puntos centrales y relacionados que perjudican a las mujeres en esta situación: su participación en el mercado laboral, lo que provoca la brecha salarial y limita también el acceso al empleo de calidad.
Según el informe de “Las brechas de género en la Argentina” del Ministerio de Economía de Presidencia de Nación publicado en 2020, al tener una cantidad de tiempo disponible menor, las mujeres participan menos en el mercado de trabajo. Además, se insertan laboralmente con peores condiciones: salarios más bajos, doble jornada (paga y no paga), mayor precarización, altas tasas de desempleo, pobreza de tiempo, entre otras. La tasa promedio de la participación de las mujeres en el mercado laboral es de 49,2%, 21 puntos porcentuales más baja que la de los varones (71,2%). Hay diferencias entre las mujeres también. Según datos del INDEC, las que cuentan con estudios universitarios completos o incompletos tienen una tasa de actividad de 74,3% mientras que las que poseen secundario incompleto muestran una participación del 35,9% y las que poseen estudios secundarios completos 55,1%.
Si se consideran solamente las horas de trabajo en el mercado de los varones, estos trabajan 9,8 horas más por semana que las mujeres. Sin embargo, si se suman tanto las jornadas pagas como las no pagas, es posible afirmar que las mujeres trabajan 7 horas más por semana que los varones.
Pero, siguiendo lo presentado anteriormente, si se considerara a las tareas domésticas y de cuidados no remuneradas como actividades que aportan valor económico y, por tanto, contribuyen a la actividad económica, esta diferencia se reduciría sustancialmente. Las personas que se dedican tiempo completo a estas tareas, las llamadas “amas de casa” (el 27% de las personas registradas como «inactivas») son en un 90,8% mujeres. Si adicionamos su aporte a la actividad económica, entonces la tasa de actividad total (suma de actividad paga y no paga) se incrementaría 13,7 puntos en mujeres y 4,3 en varones. La brecha de participación se reduciría, entonces, de 21 puntos porcentuales a 11,6.
Además de las brechas de ingresos, se observan fenómenos de segregación horizontal (paredes de cristal) y vertical (techos de cristal), es decir, la existencia de barreras para la participación de mujeres en determinados empleos y para el acceso a puestos jerárquicos. Los varones constituyen el 57% del total de los ocupados. De ellos, el 8,5% de los varones tienen puestos de jefatura o dirección, mientras que este porcentaje en mujeres es del 4,7%.
En cuanto a la segregación horizontal, en la Argentina, la principal ocupación de las mujeres es el servicio doméstico remunerado: representa el 16,5% del total de empleo de las mujeres ocupadas y el 21,5% de las asalariadas.
Estamos a tiempo realizar acciones conjuntamente entre el Estado, el mercado, las familias y la comunidad, en lo que se llama “diamante del cuidado”, y en un entrelazado de políticas públicas con el ámbito privado lograr soluciones a esta problemática
En numerosos países del mundo funcionan sistemas de cuidado hace algunas décadas. Algunos ejemplos de ellos son el Seguro Social de Dependencia de Alemania, vigente desde 1995, el Sistema para la Autonomía y la Atención a la Dependencia de España, funcionando desde 2006, y el Sistema Nacional Integrado de Cuidados de Uruguay, que está vigente desde el 2015 y durante estos años ha generado importantísimas transformaciones en materia de derechos a la población en situación de dependencia.
La Ciudad de México, modificó su constitución y plantea el cuidado como derecho. En Argentina hoy tenemos la Ley de Contrato de Trabajo como piso para cualquier relación laboral, que mantiene un esquema sesgado y sexista donde están expresadas leyes maternales y leyes paternales respecto del cuidado de hijos e hijas. En Salta se dieron algunos cambios positivos en ese sentido, tuve la oportunidad de equiparar derechos de los gestantes y dar horarios de lactancia a ellos por igual en el Municipio de El Bordo cuando estuve a cargo del ejecutivo en el año 2015.
Hay que discutir la promoción de mujeres en puestos jerárquicos, algo que no sucede en el ámbito público ni en el privado y es fundamental para comprender la realidad de la cual partimos: hoy hay más varones en esos puestos porque las mujeres son madres “tienen que cuidar”, así las trayectorias laborales se ven recortadas y esto imposibilita acceder a lugares de jerarquía. Esta carga extra de responsabilidad tiene diferentes impactos a lo largo de su vida: en sus posibilidades de estudiar, de trabajar por un salario y percibir la misma remuneración que sus pares varones, desarrollarse en su carrera, obtener puestos jerárquicos, así como también en sus probabilidades de ser pobre o salir de la pobreza.
En nuestra provincia quizás un muy buen primer paso sea declarar la función social y económica del cuidado porque para tratar el tema como política pública es fundamental empezar por reconocerlo, ya que es una tarea que históricamente ha estado reservada al ámbito familiar, y en el mismo, casi exclusivamente a las mujeres, que cargan con las tareas de cuidado no sólo de forma no remunerada sino invisibilizada.
Tenemos que romper con la desigual, hay mucho más para hacer, debemos implementar transformaciones estructurales profundas. Pensar política pública que no sean neutrales respecto al género. La perspectiva del cuidado obliga a pensar cada política pública de forma integral, teniendo en cuenta no sólo a las poblaciones afectadas, sino el impacto que tiene respecto del
modo de organización social.
Rompamos paredes y techos de cristal y cerremos las brechas de ingresos y derechos.
Estamos a tiempo.