Desde niño empezó su vida circense, con muchas piedras en el camino pero convencido que era su lugar, su vida. Junto a su amigo inseparable, hizo reír a miles de chicos y grandes, sin distinción con un solo objetivo, robar sonrisas. Rodolfo junto a Pepito nos cuentan sus vidas, sus historias, sus pesares, sus alegrías y por sobre todas las cosas hablan de esa amistad que los tiene juntos hace más de 63 años.
El Influencer: ¿Usted nació en Tucumán?
Rodolfo Aredes: Así es, por ser cirquero, mis padres tenían Circo, en realidad un tío era el propietario y mi papá el referente (hoy representante), era músico y hacia música en el circo, lo que se llamaba antes Circo de Familia y justo en ese momento se encontraba en Tucumán, Circo Mercurio. Con mis hermanos nacíamos en el lugar donde estaba el Circo en ese momento. Que yo naciera ahí fue solo accidental porque a los días nos vinimos a Salta. Mi padre era salteño, Carrileño y mi madre Tucumana. Cuando el circo deja Tucumán al primer pueblo que vamos fue Orán, yo era un bebé. Mi padre se radicó junto al circo en Orán y alternaba con Salta porque aquí en la Capital tenia a toda su familia.
EI: ¿Qué recuerda de su niñez en el circo?
RA: Bueno yo era muy chico, recuerdo anécdotas contadas por mis padres o mis tíos que por propias vivencias, yo hacía todo lo que mi padre y mis tíos necesitaban. Mi papá era un referente del circo en esta Ciudad, y cualquier circo o parque de diversiones que llegaba se comunicaba con él para realizar todos los trámites necesarios, desde conseguir el terreno hasta conseguir la luz, el agua, en realidad todo lo imprescindible para poder instalarse. Los niños del circo trabajábamos desde muy pequeños, hacíamos travesuras, las primeras apariciones que teníamos eran con los payasos, ellos utilizaban a los chicos y bebés para sus funciones, nos llevaban en cochecitos junto a los perros, hacíamos de todo , yo me crie en esa familia circense.
A los 5 años hacia «rolo» que es un cilindro con una tabla arriba, mis tíos, que eran muy traviesos y con experiencia, le habían puesto a una mesa unas tablitas en las orillas para que el «rolo» no pasara y no me cayera, a pesar que durante la función ellos estaban cuidándome al lado de la mesa. A medida que va saliendo todo bien se busca mayor audacia y se levanta la mesa de 80 cm a 120 cm luego a 150 cm. Era una altura considerable para un niño de 5 años y llamaba mucho la atención. Después hacia también de payaso, de «Tony» con la cara pintada. Sentía de a poco que la vida en el circo era mi lugar.
EI: ¿Desde niño ya se consideraba un artista?
RA: Yo, como muchos podríamos catalogarnos como artistas genuinos, que nacimos artistas, no fuimos a ninguna universidad ni a una escuela, tampoco a una academia de baile, no aprendimos canto, tampoco música, todo lo hicimos a través del oído, de la vivencia propia del lugar donde nos encontrábamos y del medio donde nos criábamos, somos artistas de la tierra, por supuesto que muchos nos íbamos perfeccionando en lo que hacíamos para mejorar día a día y buscar la excelencia.
EI: ¿Su padre luego dejó el circo?
RA: Mi madre lo hizo dejar el circo a mi papá, ella era de una clase podríamos decir «alta» de Tucumán y tenía otros principios, mi abuelo materno era administrador de un ingenio, también fue jefe de policía en Tucumán y creador de la banda de música de la policía, creador del cuerpo de bomberos. La marcha oficial de los bomberos lleva su nombre «Eulogio Aredes». Ella venía de otro lado, y generalmente a los cirqueros nos veían como «Gitanos» «Trotamundos». El amor entre ellos hizo muchas cosas, primero sacarla a ella de su familia y llevarla al circo y luego que mi padre dejara el circo. Más tarde mi papá entró al ejército, como músico y ahí realizó su carrera. Los dos, creo yo, estaban contentos con ambas pruebas de amor.
EI: ¿Pero usted siguió el camino circense?
RA: A mi me apasionaba y siempre discutía este tema con mi padre, cosa que era impensada en esa época, yo cuestioné irme con el circo de familia a los 11 años, realmente muy niño, por supuesto mi padre me dijo que no a mi planteo y yo me escapé persiguiendo un sueño y ahí empezó mi vida en el circo.
Ellos tenían un gran problema, no existía medios de comunicación así que no podían buscarme y menos encontrarme, lo mas rápido era el telégrafo porque el teléfono demoraba de 10 días a un mes la llamada, uno tenía que ir a la telefónica y para llamar a Tucumán le decían 10 días de demora, así que acercándose al día, tenía que volver para ver si iba a ser posible la llamada. Era mas fácil irse caminando a Tucumán.
De todas maneras ellos estaban convencidos que yo me había ido con el circo de familia y por eso tenían una cierta tranquilidad, pero en realidad me había ido con otro circo, «El Garden». Luego me fui con un Parque de Diversiones. Así fue mi niñez entre Circos y Parques. Mi número era bastante raro «un chico ventrílocuo», mi actuación se convirtió en principal en varios circos y parques, no nos olvidemos que en esa época no había muchos cantores, no teníamos incorporado el folclore nuestro, no se cantaba, solo se escuchaba payadas, valses peruanos y alguna música mexicana.
EI: ¿Cómo descubrió que tenia ese don?
RA: Mi padre y mis tíos en el circo me habían regalado unos soldaditos de plomo, en esa época no existía el plástico y yo me ponía a jugar y el representante del Circo, Mario Olivetti, que siempre lo tengo presente, le dijo a mi tío «este chico es ventrílocuo» porque el observó que yo hacia hablar a esos soldaditos sin abrir la boca. Ya convencidos, mi papá junto a mi tío me fabricaron dos muñecos «Chirola y Raulito» y teníamos dos libretos, uno para chicos para la función de la tarde y el otro para grandes que era más para la noche. Hasta el día de hoy uso algunas partes de esos libretos. Me pintaba la cara, no sé por qué pero me gustaba hacerlo y me mandaban con los muñecos al «picadero», se le llamaba así a la pista del circo, a realizar mi número. Era una sensación porque era un chico con un muñeco que «hablaba» y llamaba muchísimo la atención. Para el circo era un número más pero yo pasaba a ser importante y a trabajar todos los días. Así nació esta hermosa profesión, en junio de 1950. 70 años tratando de divertir a la gente.
EI: ¿Cómo era el circo de esa época?
RA: Era muy distinto a lo que es hoy, para mi hoy ya son espectáculos de Music Hall, uno entra a un circo de hoy y es un lujo increíble, alfombrado, todo muy lindo pero muy distinto. Antes era piso de tierra, cada espectador tenía que traer su silla, era solo la carpa y las luces. Nosotros hacíamos la carpa uniendo grandes trapos de algodón, recuerdo que le echábamos resina para que resista el agua y aguante un tiempo considerado, no existía algo impermeable, en esa época, los circos tenían animales como leones, tigres, monos, perros y también trabajaban chicos, todos éramos una gran familia. Hoy no podría existir el circo de esa manera, con animales, niños trabajando. Por eso digo que ha desaparecido el circo o por lo menos ese ¨circo¨ que viví en esa época.
EI: ¿Por qué cambiaba de circo a un parque o a otro circo siendo tan chico?
RA: Hoy veo, con el tiempo que eso era explotación, por supuesto que en esa época ni lo pensaba. Yo era un chico que me levantaba a las 7 de la mañana, barría todo el patio del circo, pintaba lo que hacia falta pintar o retocar y hacía todos los mandados para los integrantes, y a veces eran las 1 de la mañana y estaba arriba del escenario con mi número, cuando me cansaba de eso, mi iba. Lo primero que hacia era tomarme el tren e irme a la Estación de Retiro en Bs As que por otra parte la siento como mía porque pase mucho tiempo en esa estación, fueron muchas noches durmiendo en un banco. Allí llegaban todos, de toda la Argentina y cuando arribaba un tren empezaba a mirar todas las caras esperando encontrar alguna conocida de un ¨cirquero o parquero¨ para irme con ellos y empezar una nueva etapa.
EI: ¿Para esa época era un revolucionario, un rebelde para su familia?
RA: Si absolutamente, aunque es esa época los chicos se iban de las casas con sus abuelos, con otros familiares por diferentes circunstancias, a mi lo que me marco en mi vida desde chico es que cuando aprendí a ser ventrílocuo me sentí artista, antes solo pensaba que era un chico que hacia travesuras dentro de la pista del circo. Cuando me fui de casa mi vida se circunscribía solamente en un circo o un parque de diversiones. Uno de esos parques me cruzó a Bolivia.
Siempre había un encargado que tenía todos los papeles, documentos de cada uno de los integrantes, cuando llegaba a la frontera, esa persona presentaba todo y solo decía «son 60 personas» y nadie tenía que firmar nada, él firmaba y representaba a todos, pero que pasaba, entre esos 60 pasaba yo que no tenía documentos, recuerde que yo me había ido muy chico y por supuesto sin documento. Así entre a Bolivia, con el parque, después fuimos a Perú. El dueño del parque, Señor Molina era tucumano, tenia una fábrica de balanzas y había comprado el parque para darle el gusto a su amada, buen comerciante, muy inteligente. El problema estaba que cuando uno llegaba a cada pueblo, el cura del lugar se oponía a esta diversión, tenían un gran poder y disponía que los domingos no se ponga música, por consiguiente el parque no podía funcionar, para colmo en todos los lugares donde se armaban los parques estaban al frente o atrás de la iglesia, porque los pueblos eran muy pequeños, no más de 6 a 7 manzanas. Entonces lo primero que hacia el Sr. Molina, era juntarse con el cura y le decía que por tradición la primera función se la regalaba a la iglesia, así es que el cura mandaba a toda su gente, generalmente era la comisión del templo y en la primera función se colocaban en la boletería y en lugares estratégicos y todo lo que se recaudaba era para ellos, lo que se daba de premio en la barraca (lugar donde se hacían los juegos), eso se descontaba y el resto de la recaudación también iba a la iglesia. De esa manera quedaba abierta las puertas y nosotros podíamos trabajar tranquilos todo el mes.
EI: ¿Cómo fue la llegada del parque a Perú?
RA: Luego a Puerto Callao, una Ciudad portuaria, en el centro – oeste de Perú. El presidente de la comisión de la iglesia era el Sr Abraham Guiter, era famoso ahí porque era un «tallista imaginero» se dedicaba a tallar santos en madera, una familia reconocida Abraham era tercera generación de artistas. Todas las imágenes, las puertas talladas con imágenes religiosas y cuadros de la iglesia fueron realizadas por él. Cuando vio mi espectáculo con «Raulito» esperó que me bajara del escenario y me dijo que me invitaba a almorzar a su casa, en ese momento no me pareció para nada extraño porque en esa época era normal que la gente del pueblo invite a su casa a compartir una comida a los artistas del parque, en realidad estaban ávidos de conversar con extraños, no había medios de comunicación y pueblerino esperaba un acontecimiento de esos para charlar y conocer gente.
No había colectivo entonces querían saber qué pasaba en el pueblo continuo y solo se enteraba cuando llegaba un circo o un parque, conversando con nosotros, teníamos esa «bendición» donde parábamos la gente nos veía bien y siempre nos ayudaba.
Acepté la invitación de don Abraham y fui a su casa, almorzamos y después me dice «ahora te voy a decir porque te invite» salimos de su casa, pasamos dos terrenos más, y llegamos a un portón gigante que él abrió y en ese momento me quede asombrado, quieto, en mi vida creo que voy a ver tantos santos como los que vi en ese galpón, algunos sin terminar, otros para reparación, los que no fueron retirados nunca, estaban los santos realizados por su abuelo, por su padre y los propios, una cantidad incalculable. Me miró y me dijo que tenia un sueño, que alguna obra de él hablara y que por eso me iba a hacer un muñeco…
Te invitamos a escuchar la entrevista completa en este podcast