Por Florencia Soraire*
Para quienes no tuvieron todavía el gusto de recorrer el sur boliviano en enero resulta extraña la figura del Ekeko. Este hombrecito panzón, de ojos grandes y brazos abiertos, manos extendidas y sonrisa, es depositario de promesas y pedidos de progreso, prosperidad y abundancia de parte de quienes se le acercan para venerarle. Le ofrecen hojas de coca, tabaco y alcohol, mientras piden lo que quieren conseguir en esta vida. En enero se realiza la feria de las Alasitas y ahí se compran miniaturas que materializan el deseo: casas, autos, herramientas de construcción, títulos profesionales, pasaportes, y allí mismo se las puede hacer sahumar antes de llevarlas al altar del ekeko que se tiene en casa. En Bolivia también hay un grupo de feministas llamadas Mujeres Creando. Ellas resignificaron el sentido del Ekeko al crear a la mujer que lo abandona por machista, la Ekeka.
Afirman que es la mujer de la abundancia y la que consigue las cosas necesarias para la vida que se pretende llevar. Cuando la Ekeka lo abandona, carga todo en su aguayo y emprende la retirada. La figura de cerámica de la Ekeka que tengo en mi altar feminista lleva los ojos cerrados y una amplia sonrisa, las manos al pecho sosteniendo el nudo del bulto que carga en su espalda y en el que se pueden apreciar casa, auto, antorcha prendida, agua, radio y alas; puede verse su pie extendido debajo de su colorida pollera, como quien está en movimiento. Esta es la tercera versión y a diferencia de las anteriores, no carga ni niños ni hombres.
Traigo todo esto a colación porque desde que conocí Mujeres Creando y su Ekeka mi vida como feminista cambió. Vivo en el norte de Argentina y crucé la frontera varias veces, durante varios años, para visitarlas y aprender con ellas lo que es esta idea de María Galindo, una de las fundadoras de esta colectiva, de no empoderarse sino revelarse ante el poder. El empoderamiento de las mujeres parece haberse convertido en el mantra ante cada batalla dada en cualquier situación de violencia: empoderate mujer para poder dejar al que te pega, para hacer la denuncia, para criar sola a tus hijos, para pagar tus cuentas y ahorrar, para emprender tu propio negocio, para sanarte; empoderate mujer para dejar de ser víctima, suena a un nuevo mandato capitalista patriarcal que te quiere resolviendo tu vida sola, como si fuese sólo responsabilidad tuya cómo vivís.
Esta idea de la mujer abundante, que carga con su vida y se mueve, que ante el poder que la oprime se revela, se filtró en la perspectiva que guió la investigación sobre violencia de género económica y patrimonial que empecé en 2018 y que ahora estoy concluyendo.
Uno de los puertos en los que desembarque fue el de maternidades, en especial aquellas dónde una mamá sostiene sola la vida familiar, estando a cargo de infancias y adolescencias. Les llamo Maternidades Ekekas, pero también son conocidas como familias Monomarentales. Es sobre ellas y sus cargas que va este escrito.
Maternidades Ekekas o Familias Monomarentales
La categoría «monomarental» que acompaña la definición de familia se debe a que no se habla de lo que tradicionalmente se concibe como tal. La familia, desde una perspectiva hetero patriarcal, se concibe como núcleo básico de organización de la sociedad moderna y contempla la unión en convivencia, en una misma casa, de un hombre con una mujer y sus descendencias, hijos e hijas. A esto se llama «familia tipo» y en base a esa configuración, se espera del hombre que trabaje fuera del hogar para aportar el dinero suficiente para el sustento de la familia, y de la mujer que se encargue de mantener en condiciones dignas la vida de todos los integrantes, con el dinero que aporte su pareja.
Este tren de pensamiento de gusto dudoso ya no es válido para describir la organización social de un lugar. Aferrarse al modelo de la familia tipo como lo natural de la vida, es negar la existencia de muchas otras realidades de organización doméstica y por ende social. Hay además un punto interesante por lo caduco que se vuelve: esta división sexual del trabajo ubica al hombre en relaciones de producción pagas y a la mujer en relaciones de reproducción no pagas. Sabemos que las mujeres transitan entre el trabajo no pago dentro del hogar y el trabajo (mal) pagado fuera y dentro del mismo.
Ahora bien, según un informe de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género y UNICEF, la “no convivencia en pareja” es una de las condiciones fundamentales para que una familia pueda ser considerada monoparental, esto es que el cuidado y la crianza de la descendencia (sean infancias o adolescencias) esta a cargo de la madre o el padre que queda viviendo con ellos en la casa, luego de que la pareja se separa y el padre o la madre se muda a otro lugar.
Cuando madre y padre no conviven (ya sea porque nunca lo hicieron o por separación de la pareja) y es la madre la que sostiene la vida de los hijos de ambos, hablamos de familias monomarentales, categoría surgida de la organización de estas mamás en el marco de la sociedad civil, y que gracias al acompañamiento del movimiento feminista durante la pandemia ha logrado instalarse en las agendas gubernamentales con carácter de urgencia, debido a la violencia de género económica y patrimonial que aqueja a una gran mayoría
Familia monomarental es entonces aquella configurada por una mujer madre que convive con sus hijos/as, siendo la mayor responsable del cuidado y la crianza de niñeces y adolescencias a cargo. Esto incluye asegurar el bienestar, la vida digna y el acceso a derechos humanos de hijos/as, ante un padre que no convive con ellos y que puede o no participar de la crianza y en todo lo implicado en el crecimiento de los mismos, tanto desde lo económico como lo emocional, psicológico y social. Ante un padre ausente, abandonico, sobre la madre recae toda la responsabilidad que en una familia tipo se comparte entre los progenitores. Es esta una mamá Ekeka, lleva sobre sus espaldas las cargas que corresponden a madre y a padre.
Si bien el término monomarental resulta novedoso, cuenta con antecesores en lenguaje censal, como por ejemplo «familias con jefatura femenina». En una investigación publicada en el año 2009, Arriagada sostiene que desde la década del ’90 estamos ante una diversificación de las formas familiares, con la reducción del modelo de familia nuclear biparental con hijos y el progresivo aumento de los porcentajes de familias nucleares monoparentales a cargo de mujeres. Subraya que se ha transformado el modelo de hombre proveedor/mujer cuidadora y se ha desarrollado una tendencia creciente a las familias con jefatura femenina. Aborda especialmente el caso de América Latina y nos dice que el número de hogares encabezados por mujeres ha continuado creciendo, cómo así también la incidencia de la extrema pobreza en hogares con jefatura femenina mayormente.
Familias Monomarentales y violencia de género económica y patrimonial
La Ley 25.485 de Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, sancionada en 2009, en el artículo 5 tipifica la violencia económica y patrimonial como aquella que se dirige a generar un menoscabo en los recursos económicos o patrimoniales de la mujer a través de: la perturbación de la posición, tenencia o propiedad de su bienes; la perdida, sustracción, destrucción, retención, o distracción indebida de objetos, instrumentos de trabajo, documentos personales, bienes, valores y derechos patrimoniales; la limitación de los recursos económicos destinados a satisfacer sus necesidades o privación de los medios indispensables para vivir una vida digna; la limitación o control de sus ingresos, así como la persecución de un salario menor por igual tarea, dentro de un mismo lugar de trabajo.
Apoyándonos en la misma notamos resonancia entre las repercusiones en la vida personal de cada mamá de familia monomarental y lo que tipifica la ley como violencia de género. Al deber ejercer doble responsabilidad ante el cuidado, cada mamá debe adaptarse y responder a necesidades importantes y urgentes, siendo el menoscabo de sus recursos una constante que permanece a lo largo del tiempo y repercute también en la salud integral de las mujeres.
El menoscabo de recursos es evidente, como también lo es «la limitación de los recursos económicos destinados a satisfacer las necesidades de la mujer o la privación de los medios indispensables para vivir una vida digna» como menciona la ley. Las necesidades de las madres se satisfacen una vez que se han complacido la de las infancias y adolescencias, el desarrollo personal, laboral y profesional de muchas de ellas queda trunco por falta de tiempo y de recursos. Por su parte muchas infancias se ven privadas de acceso a derechos como la vivienda digna, simplemente porque no es suficiente todo lo que se hace.
Algunas de las características más sobresalientes del contexto social de violencia de género económica y patrimonial de las familias monomarentales son: Incumplimiento de cuota alimentaria, imposibilidad de acceso a vivienda digna, más horas de trabajo no pago en tareas de cuidado y crianza dentro de los hogares, muchas menos horas de trabajo mal pago, que también pueden ser cuidando infancias y adultos mayores.
La crisis económica en la que se encuentra sumido nuestro país afecta de manera diferente a las mujeres madres que no conviven con el progenitor de sus hijos/as. Éstas deben afrontar la suba en el costo de vida cumpliendo un doble rol dentro de la casa que sostienen y dónde viven infancias y adolescencia: madre y padre.
«Eso que llaman amor es trabajo no pago», ¿la rebelión de las hijas?
Las calles de Salta se pintan de consignas feministas cada 8M y desde hace unos años se escucha el planteo de las jóvenes sobre el supuesto amor que inviste el trabajo no pago dentro del hogar. Las hijas de familias Monomarentales especialmente, tiene en claro que todo lo que hizo aquella madre para «salir adelante» estuvo motorizado exclusivamente por la tracción a sangre y el esfuerzo vital de una sola persona, la mamá. Conscientes de todo lo que representa mantener una casa y criar, visibilizan también la importancia económica poco reconocida de los cuidados, más allá de todo el amor del mundo.
El Estado Nacional de nuestro país contempla como tareas de cuidado el trabajo que permite que las personas se alimenten, vean sus necesidades satisfechas, cuenten con un espacio en condiciones de habitabilidad, reproduzcan en general sus actividades cotidianas y puedan participar en el mercado laboral, estudiar o disfrutar del ocio, entre otras. Desde la perspectiva de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) – (2010) “El cuidado es una actividad específica que incluye todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo, de manera que podamos vivir en él, tan bien como sea posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, nuestro ser y nuestro ambiente, todo lo cual buscamos para entretejer una compleja red de sostenimiento de la vida». Es por lo mismo que el feminismo sostiene que las actividades domésticas y de cuidado, deben reconocerse como trabajo reproductivo fundamental para la economía y pensarse desde las políticas públicas.
Las tareas de cuidado de infancias y adolescencias abarcan cuestiones relacionadas al bienestar integral de las personas, no es sólo alimentación, vestimenta, educación, salud y vivienda, es también contención psicológica y emocional, acompañamiento amoroso en procesos de socialización propios de cada etapa de la vida, gestión de recursos para solventar todo tipo de gastos y asegurar la vivienda, en un país con hiperinflación, devaluación y crisis económicas permanentes. Las cargas de valer por dos (madre y padre) se sienten también en la salud física y mental de estás mamás super explotadas y violentada, que hacen de todos por sostener la vida dentro de sus hogares.
Ekekas por las calles de Salta
Este 8M las feministas salimos a las calles a denunciar la violencia económica que el DNU en vigencia nos inflige día a día, con el precio de la comida volviendo imposible cubrir lo básico en una casa con infancias, con la caída de la ley de alquileres que dejó a merced del mercado inmobiliario y en la calle familias enteras que no llegan a pagar la locura que se pide por habitar una vivienda digna (¿quién puede hoy pagar en dólares un alquiler?), con la quita de subsidios a los servicios que hacen de la luz eléctrica y el gas un lujo, con el transporte público brindando el mismo pésimo servicio de siempre pero aumentando el precio a niveles inaccesibles. Y no sólo eso, a todo este atropello a los derechos a vivir una vida digna, se suma la desacreditación y el bastardeo a la perspectiva de género institucionalizada en políticas públicas de estado. La violencia es grosera y en el caso de las madres Ekekas es un drama.
Dramatiza el panorama la toma de conciencia sobre la violencia de género económica y patrimonial, esa búsqueda de valorar monetariamente una práctica inconmensurable y arraigada en la conciencia colectiva, desde la invisibilización del cálculo social detrás de la dimensión económica de los cuidados.
Puede que la sola presencia de la ley brinde un espacio de contención a las mujeres que la padecen, pero eso no alcanza. Más allá de la misma están la cotidianidad y la presión que la violencia ejerce sobre la vida de las madres que crían solas y sobre sus hijos/as. Las mujeres que cargan con sus hogares y sus descendencias y se alejan de situaciones de violencia, se van topando en su andar con otras que pasan por lo mismo y que sienten también el desamparo y la injusticia del sistema judicial y del mercado de trabajo
¿Dónde está entonces la rebelión ante el poder?, ¿Cómo logran sobrevivir las maternidades Ekekas hoy, más allá y más acá de la ley que debiera de protegerles?, ¿Es posible pensar en un mundo que no violente a las maternidades no típicas? Estás son sólo algunas de las preguntas que ameritan reflexiones feministas y acciones políticas, organización territorial colectiva y muchas pero muchas ganas de no rendirse. ¡Que la fuerza nos acompañe!
*Dra. en Ciencias Sociales, Docente e Investigadora