Por Lic. Belén Viotti*
Hay un lugar en la memoria que guarda mensajes recibidos, los alentadores y los que
no lo son.
Frases, gestos, palabras, emociones transmitidas y generadas, han quedado allí, en ese
cuerpo fantasma, reservorio de vivencias, habitáculo de aprendizajes.
Desde este plano, y sin querer, escribimos historias, e interpretamos las situaciones que
no atraviesan a diario, despertando héroes o villanos emocionales, que nos ensalzan o nos
quebrantan.
Quién no se ha visto asaltado por la falta, por lo que no se dijo, no se hizo, o se hizo y se
dijo.
Quién no se ha roto en pedazos recordando pecados…
Quién no ha querido alguna vez volver el tiempo atrás y tomar otra decisión…
Quién no deseó en alguna ocasión borrar un pizarrón y escribirlo de nuevo…
La culpa nace de esa falta acechante, de ese arrepentimiento casi insano.
Es así, “todos los instintos que no se desahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro.”
Qué hacer con este sentimiento autodestructivo y poco compasivo que nos genera
otros a la vez: vergüenza, miedo, tristeza, bajón, restricción, y nos hace volar bajo, al ras del
suelo, con la cabeza gacha y los sentidos apagados.
Y si en lugar de este sendero del auto reproche y la autodestrucción, nos animamos a
una opción más sana y más contenedora.
Reconocer los límites propios y abrazarlos quizás sea el camino.
Quererse a pesar de todo, o considerando todo… ¿quererse más?
Expandir la conciencia en estos aprendizajes que nos pone el destino, el karma, o la
vida en su misterio infinito, insondable, también puede ser una alternativa, para tomarnos con
más calma el camino, los errores, los tiempos que no solo son propios, son además los del otro.
Entender que de ombligo céntricos estamos rodeados, uno más suma a estas alturas. No somos
tan importantes como para que sobre nuestras espaldas caiga el peso del mundo.
Dar más valor al proceso que al resultado, y salir de la tan ansiada y soñada perfección,
o la gran omnipotencia de creer controlarlo todo. No se puede, nadie puede, aunque
supongamos que sí, y eso nos sume más culpas.
Detenerse, cuidar al corazón, refrescar las heridas del ego herido, es una invitación vital
diferente.
Que la culpa de lugar al compromiso humano, con sus verdades y desaciertos.
Y empezar de nuevo la historia, alta la frente y con la mirada al cielo de las buenas
oportunidades que se avecinan.
*Lic. en Psicología.
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