Los Valles Calchaquíes de Salta invitan a soñar, a disfrutar en un recorrido difícil de olvidar, para repetir y recomendar. Son 500 kilómetros que pueden recorrerse en dos días, pero lo recomendable es dedicarle una semana. Aún así, el tiempo parecerá poco.
Pasando por pueblos atrapados por el tiempo, apreciando la diversidad única de paisajes y una gastronomía que invade los sentidos, este itinerario no tiene desperdicios y puede apreciarse de distintas maneras.
El recorrido comienza en Chicoana, pueblo ubicado a 50 kilómetros de la ciudad de Salta, portal de acceso a la Quebrada de Escopie. También es la capital nacional de los tamales, cuna de folclore, tradiciones gauchas y actividades al aire libre. Avistaje de aves es uno de sus principales atractivos.
Desde aquí comienza un camino que serpentea por un paisaje de Yungas, que de a poco y mientras se asciende cede lugar a serranías rojizas en la quebrada de Escoipe. En un camino vertiginoso pero placentero para la vista, se asciende por la Cuesta del Obispo, pasando por nubes caprichosas, ante la atenta mirada de cóndores que surcan los cielos hasta llegar a los 3450 metros de altura, en Piedra del Molino.
Es el lugar ineludible para una vista panorámica de la quebrada y es el sitio de encuentro con las bicicletas que desafían a los osados a un descenso de 20 km por la recién ascendida Cuesta del Obispo. Se trata de un emprendimiento privado que cada día encuentra nuevos adherentes.
Manos y brazos firmes y el viento en la cara, casi sin pedaleo; los responsables vigilan el recorrido y se cumplen las indicaciones dadas previamente; paradas estratégicas para observar la flora y fauna e internarse entre paredones de piedra que parecen no haber sido hollados por el hombre; al final del recorrido, las camionetas de los organizadores esperan a los ciclistas para remontar el camino y llegar a Cachi.
El último tramo de la ruta es una recta que parece infinita, una recta que fue camino inca, una recta llamada del Tin Tin que en sus 13 km atraviesa el Parque Nacional Los Cardones que con sus espinas protegen a los cóndores, según cuenta la leyenda, flora y fauna unidas en el imaginario que vuelven la mirada atenta para descubrir en cielos despejados de Cachi un cóndor en pleno vuelo.
Cachi es para conocer disfrutando de sus antiguas casas bajo un cielo despejado, es recorrer su museo con un importante patrimonio en el que se refleja su pasado de guerreros pueblos originarios, historia, paisajes deslumbrantes; una hotelería esmerada y, lo más importante, la gentileza de su gente; además, Cachi sorprende a los visitantes con sus propuestas deportivas, un pueblo elegido por los deportistas de elite para entrenar en sus 2000 metros de altura.
El turismo asociado a la enología comienza en esta zona, donde se radicaron en los últimos años emprendimientos vitivinícolas de todas las escalas. Para los amantes del vino, se recomienda el Merlot de Cachi, fresco, con notas típicas a pirazina(pimiento verde) y delicada fruta.
La próxima parada es Seclantás, con su Camino de los Artesanos, donde se cultivan conocimientos ancestrales para confeccionar los más puros hilados con lanas de oveja y llama. El que anhele descanso, este pueblo es ideal para olvidarse del tiempo.
A 17 kilómetros se encuentra Molinos, como dice su nombre, es un pueblo que surgió en la época colonial como centro de procesamiento de granos. Tiene mucha historia y está ligada a la elaboración de vino desde sus inicios.
La Hacienda de Molinos supo ser propiedad del último gobernador de Salta por mandato realista, Don Nicolás Severo de Isasmendi. La casona de la familia, construida en el siglo XVIII, hoy convertida en hotel, es un punto de referencia de la localidad, junto con la iglesia San Pedro de Nolasco.
A 20 kilómetros se encuentra la finca Colomé, creada en 1831 y creación de Isasmendi. Fue su hija quien plantó en estas tierras ejemplares de Malbec y Cabernet Sauvignon traídos directamente desde Francia. Estas viñas actualmente continúan produciendo vinos y es una de las bodegas más antiguas del país.
Otro atractivo es el Museo Jamen Turell, ubicado en Colomé. Arte, luz y espacio es la temática en 1700 m2 dedicados a la carrera de este artista internacional. Durante la visita se vive una experiencia sensorial emocionante, por lo que transmite y por el marco natural que rodea al museo.
Por la ruta nacional 40 se continúa en dirección a Cafayate, pero previamente en Angastaco, se atraviesa uno de los paisajes más deslumbrantes en el país: La Quebrada de las Flechas. El capricho de las formaciones rocosas, el viento y el agua diseñaron formas que apuntan al cielo, siempre azul en esta región.
La línea poblacional continúa hasta llegar a Cafayate, pasando previamente por San Carlos y Animaná. En paralelo corre la Ruta del Vino, con múltiples bodegas que elaboran principalmente sus productos pensando en la alta calidad.
Cafayate es el punto de referencia en los Valles Calchaquíes y el primer nombre asociado cuando se habla de vinos de altura y del NOA. Su nombre también lleva a hablar de paisajes únicos, dunas, folclore e historia de comunidades diaguitas que mucho tienen que ver con la idiosincrasia del lugar.