Las provincias de nuestra Nación son 23, no 24, pese al esfuerzo del centralismo y los errores constantes, tal vez involuntarios, de funcionarios importantes en la enumeración de nuestras provincias argentinas, son 23.
El status jurídico de ciudad-estado dado a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) por la reforma de la constitución nacional de 1994 en su art 129, la eleva de municipio, pero no la convierte en provincia. Este nuevo distrito electoral, aunque tenga mayores recursos y mejores índices de bienestar general que muchas de las provincias, insisto, no la convierte en tal, simplemente fue creado para darle una mejor organización institucional a la gran cantidad de habitantes que allí residen.
La ‘Cuestión Capital’, la decisión de cual ciudad sea la capital de la República, ha llevado muchos años de lucha en nuestra historia; de 1810 a 1880 se enfrentaron la causa nacional contra la cuestión antagónica, la causa nacional estaba representada por el sacrificio común demandado por la guerra emancipadora y los ideales de organización; la cuestión antagónica en cambio se encarnaba en los intereses localistas y sectoriales traducidos en actitudes de hegemonía y predominio de los menos sobre los demás.
Pocos tuvieron el criterio excepcional del padre de la patria, Gral. San Martin, en referencia a las luchas internas y las guerras fraticidas, “Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mío, hagamos un esfuerzo, transemos todo, y dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieran atacar nuestra libertad. No tengo más pretensiones que la felicidad de la patria. Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas…”, decía el Libertador.
El caso de Lavalle es el antagónico a San Martin por antonomasia, fue uno de los guerreros más heroicos e inclaudicables de la guerra por la independencia, gran estratega y soldado, asombró a los generales Bolívar y Sucre, cuenta la historia su arrojo demostrado en más de un centenar de combates que lo fue graduando hasta General en el propio campo de batalla, pero carente de la prudente visión de San Martin y convencido por el entorno rivadaviano de que el problema del país se incubaba en su interior, un mes después de entrar como glorioso ante el triunfo contra el Imperio de Brasil, enlutó a la patria con el injusto fusilamiento de Manuel Dorrego.
La historia lo juzgó, amplificó sus errores recordándolo como ‘la espada sin cabeza’ y relativizó sus bondades como libertador, el héroe de Rio Bamba, el más valiente granadero de San Martin, quedó oculto en la historia, la causa lo había enaltecido pero los intereses antagónicos lo despojaron del mayor de todos los honores, ser profeta en su propia tierra.
La Cuestión Capital ponía en tela de juicio el debate interno del proceso de organización nacional entre quienes negaban la federalización de la ciudad de Buenos Aires y quienes la reclamaban, Alberdi decía que la imprudente autoridad impuesta por los distintos gobiernos era consecuencia de sentirse receptores del antiguo poder virreinal, siendo la extracción de la riqueza la finalidad central del objetivo político del gobierno español sobre sus colonias, era lógico su estructura organizativa tendiente a dotar al representante del Rey de todo poder centralizado, pero no debía ello replicarse en los gobiernos patrios, sin embargo la hegemónica pretensión de Buenos Aires era similar, lo que ocasionó nuevas batallas fraticidas y la pérdida o desmembramientos de las provincias del Paraguay y la Banda Oriental, además de poner en algún momento en peligro la integridad de las provincias del Litoral.
Consumada la Revolución de Mayo, la circular del 27 de mayo invitaba a las provincias a elegir y enviar sus Diputados para establecer el nuevo régimen político incorporándose a la Junta Ejecutiva, lo que finalmente no ocurrió porque ‘un gobierno tan pluralizado ocasionaba debilidad por lo cual los representantes de las provincias debían formar parte solo del Congreso Constituyente’.
Otra frustración por la misma causa fue la desviación de la proclama del Congreso de Tucumán de 1816, que tenía como propósito la organización de una república federativa, pero que, trasladadas las autoridades a Buenos Aires, e inspirados en el disloque del Cabildo, el Director Supremo sancionó el Reglamento Provisorio de 1817 que disponía que los gobernadores y demás autoridades provinciales se elegirían al arbitrio del Supremo Director del Estado, prácticas que se fueron repitiendo durante los últimos dos siglos.
Dos años después, bajo el mismo sello unitario del Reglamento Provisorio se sancionó la Constitución de 1819 inspirado en las ideas oligárquicas de Rivadavia, la batalla de Cepeda de 1820 y su posterior ‘Pacto del Pilar’ calmaron los ánimos de los caudillos litoraleños triunfadores porque consiguieron con la firma del tratado que Buenos Aires renunciara a su rol preponderante de metrópoli y aceptara la condición de par provincial.
El acuerdo de San Nicolás, resultante de la batalla de Caseros, trajo consigo el dictado de la Constitución de 1853, que fuera rechazada por Buenos Aires y refugiada en el aislacionismo. Durante los años posteriores la organización de la Nación estaba inconclusa por la rebeldía de la provincia de Buenos Aires, obcecada a pesar de la política conciliatoria del Gobierno Nacional, vencida en Cepeda en 1859, suscribió el tratado de San José de Flores, y posibilitó su incorporación a la Nación. El congreso constituyente convocado para sancionar las propuestas solicitadas por la Legislatura de Buenos Aires dejó subsistente el problema de la cuestión Capital al no definir la ciudad donde residirían las autoridades federales.
El gobierno federal de entonces residía en la ciudad de Paraná, el Gral. Mitre, gobernador de Buenos Aires, se levantó en armas contra el gobierno nacional, y los derrotó en la batalla de Pavón, como consecuencia de ello, siendo ya Mitre presidente, se dictó la ley de 1862 de federalización de la provincia y ciudad de Buenos Aires, donde residirían las autoridades nacionales pero solo durante cinco años hasta tanto el Congreso dictara la ley de Capital permanente.
Recién en 1880, durante el último año del gobierno del presidente Avellaneda, que derrotó a Mitre en las elecciones de 1874, se resolvió la cuestión Capital, ello fue producto de su convencimiento de que no podía haber mayor dilación en el tema, disponiendo que si hasta el 30 de noviembre de 1881 la legislatura de Bs As no hubiese hecho cesión del predio del municipio de la ciudad de Bs As (ver leyes Nºs 1029 y 1030), se convocaría a una Convención Constituyente para designar allí la Capital permanente de la Nación reformando el actual art 3 de la Constitución Nacional, original del texto de 1853.
Finalmente el 26 de noviembre de 1880 la Legislatura de Bs As sancionó la ley cediendo el territorio del municipio de la ciudad de bs As para ser Capital de la Republica.
“…Buenos Aires ha de vengar a la Nación esta vez como las anteriores. Ella acabara por conocer a sus amigos que son los que quieren verla a la cabeza de la Nación como corona, no como yugo; cabeza regular de su gran cuerpo, no cabeza monstruosa de un pigmeo; rica de amigos no de víctimas; capital de un vasto país lleno de vida, no el pórtico opulento de un cementerio…” J. B. Alberdi.-