Fascismo

Opinión: ¿Fascismo eterno?

Por Cristina Idiarte

Decía Umberto Eco sobre el fascismo que “es nuestro deber desenmascararlo y apuntarle con el índice a cada una de sus formas nuevas, todos los días, en todos los rincones del mundo”. Lo es. No ya de los políticos, ni de los medios, ni de los filósofos, ni de los rostros populares: es de todos.

¿Cómo hacerlo? Eco ofrece unas pistas con su caracterización del “fascismo eterno” como categoría, no como hecho puntual en Italia, Alemania, España o América.

Rasgos que, en buena medida, están presentes en los movimientos que han surgido en la última década, ya sean de izquierdas o derechas. Eco les explicaba el modo en que regresaría el fascismo: bajo “las apariencias más inocentes”.

En Argentina, en esta coyuntura política social, vuelven estos rasgos convertidos en propuestas de un candidato a presidente. Por ejemplo:

  • Culto a la tradición: Un referendo propuesto por un gobierno socialdemócrata en Rumanía para prohibir en la Constitución el matrimonio gay, a iniciativa de un grupo a favor de proteger la “familia tradicional”.
  • Rechazo a la modernidad: El fascista es reaccionario. Se opone al individualismo, incluso a la democracia: La democracia ‘iliberal’ (sic) de Viktor Orban.
  • Rechazo al pensamiento crítico, el desacuerdo es traición: La extensión del uso del término ‘botifler’ como sinónimo de ‘traidor’ a la causa independentista. El pensamiento del otro como símbolo de ataque, de necedad, de invalidez. “no son 30.000” (Milei dixit)
  • Culto a la homogeneidad, oposición a los «intrusos»: De aquí surge el racismo. Puede ser contra los judíos, musulmanes, bolivianos, pero hoy el antisemitismo ha dejado paso a un mayor rechazo al negro cabeza, planero, piquetero. Al OTRO.
  • Surge de la frustración individual o social: Hace un llamamiento a las “clases medias frustradas, desazonadas por alguna crisis económica o humillación política”. La apelación de Javier Milei: la casta política en contraposición de los olvidados por el sistema.
  • A aquellos que no tienen identidad social (en la definición de Henri Tajfel, “el conocimiento que posee un individuo de que pertenece a determinados grupos sociales junto a la significación emocional y de valor que tiene para él/ella dicha pertenencia), el fascismo les ofrece el nacionalismo. Esto tiene dos derivadas: la obsesión por el complot, especialmente si es externo (por ejemplo, comandado por George Soros o la UE) y la xenofobia (la inmigración de frontera en nuestro caso)
  • Humillación por la riqueza que ostentan los otros y su fuerza o poder, pero al mismo tiempo una creencia de que pueden vencerles porque son débiles (quizás moralmente).
  • Elitismo popular, de “masa”: el mejor pueblo del mundo, los mejores ciudadanos, el mejor miembro del partido. Pero bajo un líder. “Los italianos primero”, de Matteo Salvini o el “America First”, de Donald Trump, el ataque al parlamento de Bolsonaro en Brasil. El líder como figura imprescindible para el renacer de un país.
  • Se basa sobre un “populismo cualitativo”: el pueblo se concibe como una cualidad, una entidad monolítica que expresa la voluntad común (…) y el líder se erige como su intérprete.

Ahora bien, la retórica de Milei, parece haberse adueñado de una cantidad de temas fascistas para su campaña presidencial, desde la xenofobia y el prejuicio racial, al miedo a la debilidad y a la decadencia nacional, o la agresividad (la motosierra como símbolo). Su tono intimidatorio, el dominio de las multitudes y la capacidad con la cual utiliza las últimas tecnologías de comunicación son también reminiscentes de Mussolini y Hitler.

En cualquier caso, fascista, oligarca, tirano o totalitario, estas actitudes son amenazas contra el estado democrático y de derecho. Que no haya prendido aún la violencia -al menos de manera determinante, no dice nada. No solo tenemos que apuntarlo con el dedo, como sugería Eco, sino reaccionar de una manera más contundente.

Tomar partido

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