Por Martín Ávila
La casta económica argentina, enquistada en los programas económicos, en mayor o menor medida, de los ministros Martínez de Hoz (1976), Cavallo (1991 y 2001), Dujovne (2016), Caputo (2024), y demás sucesores, entre otros, tiene la enorme virtud de hacerse considerar siempre una novedad, un cambio, y, por ende, el descarte a elegir contra los malos gobiernos, aunque siempre proponga y utilice las mismas recetas.
No es novedad que el de Alberto Fernández fue un mal gobierno, ni que quienes optaron en el ballotage por Milei lo fue, en una gran porción, por descarte, no por elección; en definitiva, como dice un amigo, los argentinos siempre votan enojados, tal vez eso dilate de la verdadera discusión sobre el país que queremos, y nos lleve a votar a alguien siempre ‘en contra de’, lo que sí está claro es que, más allá de decidir cambiar un gobierno, los argentinos quieren vivir en paz y no en el caos de estos últimos 60 días propuesto por el presidente electo, sin debates, ni consensos.
Cabe recordar que en las elecciones nacionales, PASO y Generales, los ciudadanos votaron y eligieron sus legisladores, prácticamente en un tercio a cada fuerza, el ballotage es solo para elegir presidente, y, al ser solo dos candidatos lo que llegan, se opta por alguno, pero la representación parlamentaria no se modifica con los números del ballotage; lo cierto es que tanto el presidente como lo legisladores fueron elegidos legítimamente, e integran dos poderes distintos del estado, ninguno por encima de otro.
Ni que hablar de las elecciones provinciales, donde también el mismo pueblo eligió sus gobernadores en cada una de las provincias, las cuales, preexistentes a la nación, merecen el mismo respeto de legitimidad que se exige desde el poder central.
Si bien las posiciones anárquicas suelen desconocer el funcionamiento y la composición del estado de derecho y su institucionalización mediante la norma madre, que es la Constitución Nacional, para los ciudadanos es la única garantía que existe para evitar el abuso de poder.
Asimismo quedó claro también en estos días, que las medidas económicas impuestas por La Casta económica fue contra el propio pueblo argentino, que en definitiva se convirtió en ‘La Casta’ que tanto hablaba Milei, haciendo eco del viejo adagio ‘uno es lo que hace, no lo que dice’.
En el medio de las medidas económicas de ajuste, devaluación histórica del 118% del peso argentino, aumento de la inflación (festejada) del 12 al 25%, dictado de un múltiple D.N.U. sin necesidad ni urgencia, y la propuesta de una ley ómnibus de cientos de temas, nunca visto, que acarreó ataques a legisladores llamándolos ‘extorsionadores’ en la previa del debate, luego ‘héroes’ ante la aprobación del proyecto en general, y por último ‘traidores’ cuando propusieron modificaciones al texto original en el debate particular, y el ‘castigo’ (extorsivo?) con la quita de subsidios a las provincias, de dichos legisladores que osaron legislar, buscando ‘empobrecerlas’, tal como se le había filtrado en una reunión de gabinete que terminó con la cabeza del ex Ministro Ferraro, y que nunca negó, y ahora lo cumple, en definitiva, pone en jaque la paz social, ataque que resulta calificado al venir de la autoridad de la nación.
Seguramente el camino elegido del caos por el gobierno nacional, además del desgaste político y social, encrispa a la sociedad, quienes al unísono dicen ‘querer vivir mejor y en paz’; ante ello, los consensos y el diálogo son la solución, hasta ahora poco ejercitado por el presidente. Tal vez con la constitución en la mano, todo sea más fácil.
En sus ‘Escritos Póstumos’, Tomo X, decía Juan Bautista Alberdi, tantas veces utilizado por estos días, ‘los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto ni conocen. Ser libre, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos, sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo. El liberalismo como hábito de respetar el disentimiento de los otros ejercido en nuestra contra es cosa que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente es enemigo; la disidencia de opinión es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte’.