Ariadna Castellarnau (Lleida, 1979) es licenciada en Filología Hispánica y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona. Entre los años 2009 y 2016 vivió en Buenos Aires, donde trabajó como periodista cultural para los principales medios periodísticos del país. Sus artículos han aparecido en el Suplemento “Página 12”, del diario Radar, y en el suplemento de cultura del diario Perfil. También ha publicado crónicas periodísticas para las revistas “Anfibia” (Argentina) y “Etiqueta Negra” (Perú). Como escritora, sus cuentos forman parte de las antologías “Panorama Interzona” (Interzona) y “Extrema Ficción” (Antologías Traviesa) y su primera novela, “Quema”, fue galardonada con el Premio Internacional Las Américas a la mejor novela hispanoamericana de 2015.
“Una parte de ella tiraba hacia arriba, a la espera del toque vivificante de la luz, mientras que la otra se sumía en la ciega pulsación de lombrices y gusanos, en la opaca oscuridad de la tierra negra y el barro, en el cáliz terrestre colmado de leyendas e historias antiguas.” (107)
“Es así, para que me entiendas: la luz es un lugar y la oscuridad es otro lugar. ¿Dónde quieres estar, Lucía? (29)
“La oscuridad es un lugar” contiene ocho cuentos de una extensión (breve) y estructura similar. Se trata de narraciones “redondas”, con finales que sorprenden y en los que el lector se adentrará en mundos impregnados de lo extraño y fantástico. Sin embargo, al avanzar en su lectura los cierres pueden volverse predecibles en cuanto al mecanismo, aunque esto se debe a cierta búsqueda de unidad en los textos que se consigue a partir de su forma y de ciertas temáticas relacionadas, en general, con los vínculos familiares.
Un aspecto interesante es cierta poética de los lugares que estos cuentos van armando. ¿Qué es un lugar? Y la escritura parece trabajar a partir de construir lugares que funcionan como encierro, no sólo por sus características topográficas, físicas, sino por los vínculos que entretejen o padecen los personajes, por la sensación de aislamiento, la imposibilidad de una salida o un futuro, por la violencia, el odio y la carencia que le dan densidad a lo narrado. Por un lado, tenemos espacios más o menos realistas, pero trabajados a partir de lo que asfixia y cruzados por una sensación de latente irrealidad para los protagonistas:
“La familia la observó con agrado, incluso las gemelas sonreían, torvas, pero sonreían. Había algo eléctrico e irreal en el aire y, no obstante, pensaba Vilma, esta era su realidad y aquella noche, una que parecía haber vivido mucho tiempo atrás o por lo menos haber presentido.” (106)
Por otro lado, tenemos los cierres, donde claramente se va construyendo cuento a cuento una poética del espacio otro, de fuga cuyos límites resultan imprecisos, indefinibles, impensables racionalmente. En este sentido, uno se puede preguntar qué clase de lugar es la oscuridad o con qué lugar lo asociaríamos: con los primeros o con los de fuga. Tal vez, con ambos. Juntos funcionan como una especie de contrapunto.
Algunos de estos espacios “realistas” son, por ejemplo, en el cuento que la da título al libro una casona donde una familia se refugia a causa de un acto cometido por el padre. A la sensación de estar acorralados, se suma la del calor sofocante y la violencia que ejerce el padre, sobre todo, hacia la hija:
«Hay días que Lucía tiene la sensación de que están muertos, solo que no lo saben. Enterarse (…) les tomará el tiempo que tarden en salir de ese laberinto de caminos flanqueados por la yerba y descubrir que la carretera principal ya no existe, que ha sido borrada, y que no pueden regresar a ninguna parte.» (12)
En “Calipso” en el cual un hombre que transporta “la carga” -niñas secuestradas para ser explotadas sexualmente en un prostíbulo- la idea del lugar se complejiza por ser un relato de carretera: la fábrica abandonada donde debe pasar a retirarlas una vez dormidas, la cabina de la furgoneta, un parque de diversiones y una casa abandonada:
“Se sentía extraño. Era como si fuera él mismo, pero a la vez un desconocido para sí, un desconocido que conducía una furgoneta a través de un nuevo país.” (46)
“Pronto llegarían al Calipso y entonces qué. (…) En ese mundo andrajoso que le había tocado en suerte, ella era un hallazgo dorados, un tesoro en los mugrientos callejones de la realidad.” (47)
En “De pronto un diluvio”, un niño se ve cercado en una isla del Delta no solo por el avance y la privatización de las tierras por parte de una empresa constructora de barrios privados, sino también por las inundaciones y por el hambre. Mientras que la figura materna se ha ido de la casa, el padre se obsesiona con unos huesos encontrados y comienza a armarlos como una muñeca pensando que son de la hija que perdió.
Otro aspecto que se repite es el protagonismo de niños y niñas que si por un lado son víctimas del abandono familiar y objeto de cierto deseo sexual, también son en algunos cuentos agentes perturbadores y encarnaciones de la crueldad como, por ejemplo, “Marina Fun” cercano al “realismo mágico” y en “Los chicos juegan en el jardín” en cual un grupo de niños visita a una madre que ha perdido a su hija en un accidente y se presentan como sus amigos.
Los cuentos de “La oscuridad es un lugar”, en su desenvolverse trabajan a partir de historias que presentan, en principio, una desarrollo focalizado en una situación concreta, pero debajo de la cual se deja entrever otra que el lector debe reponer, imaginar o simplemente aceptar la elipsis. En cuanto a los finales son siempre sorpresivos; el cierre de cada texto funciona como un contrapunto, una posibilidad apenas entrevista tanto por los personajes como para el lector: una fuga hacia un lugar otro, impreciso, indefinible, fantástico. Por último, algunas alusiones mitológicas, religiosas o bíblicas cruzan todos los cuentos y refuerzan la construcción tanto de los lugares cercanos al verosímil realista como de esos espacios otros
La oscuridad es un lugar, Ariadna Castellarnau
Editorial Emecé
2022: 160 páginas.