Donald Antrim

Reseña: La vida después, de Donald Antrim

Donald Antrim fue reconocido como uno de los mejores escritores menores de cuarenta años por The New Yorker en 1999. En el 2013, obtuvo la beca MacArthur por “su trabajo de ficción y no ficción que se caracteriza por un marcado contraste entre un lenguaje preciso y elegante y el caos y la desorientación en la que se encuentran sus personajes”. Antrim es colaborador en The New Yorker y ha escrito tres novelas, un libro de memorias y un libro de cuentos. La editorial argentina Chai ha publicado con traducción de Matias Battistón el libro de cuentos Otro Manhattan (2020) y este año La vida después (2022)

“La historia del largo deterioro de mi madre es, en algunos aspectos, la historia de su vida. La historia de mi vida está ligada a esta historia, la historia de su deterioro. Es la historia que ocupa siempre un lugar central en la manera de percibirme a mí y a los demás en el mundo. Es la historia, o por lo menos es el papel que juego en esa historia, que me permite no perder nunca a mi madre.” (9)

“La vida después” es un maravilloso libro autoficcional que Donald Antrim escribe luego de la muerte de su madre y de esta manera es que comienza el texto que se divide en siete partes. Cada una de estas tiene un tono, un ritmo narrativo diferente y creo que se podrían leer individualmente como tanteos autobiográficos y ficcionales alrededor de la figura materna. Ciertas escenas repetidas, momentos biográficos renarrados con otro tono, profundidad y focalización hacen pensar en cada parte como un ciclo que tiene un cierre provisorio y cierta autonomía entre sí. Sumados como partes de un todo forman un relato espiralado y obsesivo. Se avanza y se retrocede girando sobre un centro que es la relación madre e hijo o el misterio acerca de su madre, pero también sobre su padre, otras figuras familiares como las del tío paterno, el abuelo materno y sobre los primeros acercamientos a la lectura y a la escritura por parte del narrador.

La cita inicial a pesar de estar extraída de la primera parte podría funcionar como un pacto de lectura que liga todas las demás y une biografía y ficción. Todo intento narrativo arrastra este vínculo que reaparece de manera central o lateral, pero que siempre se encuentra anudado a lo relatado. De esta manera, narrar esta ausencia o “la vida después” se convierte en un significante, madre, que prolifera en el texto. Una madre alcohólica, paranoica e iracunda que ha marcado la vida de su hijo desde su infancia. Sin embargo, el lector no encontrará un libro sombrío, sino que como se dijo se alternan distintos tonos narrativos. Junto con situaciones y problemáticas como el alcoholismo y el padecimiento de una enfermedad se introducen situaciones que bordean siempre el absurdo y el humor.

Si en la primera parte se narra el intento obsesivo e hilarante de comprar una cama y se introducen una serie de digresiones explicativas sobre cada modelo, ambas líneas, madre y cama, se unen en varios puntos. El primero es la relación entre la “cama de hospital” donde la madre muere en el living de su casa y los sucesivos modelos de camas que compra y devuelve el protagonista y que simbolizan para el mismo un “espacio”, una forma de tomar distancia. Sin embargo, ambas líneas narrativas se irán entrecruzando y alternando hasta el punto de asociar, en la desesperación por no poder dormir, cama y madre:

“La cama estaba viva. Estaba viva con la vida de mi madre. Me hundía en la cama y era hundirse en sus brazos. No estaba al lado mío en la cama, estaba dentro de la cama, y yo estaba dentro de la cama también, y mi madre tiraba de mí hacía las profundidades para morir en ella.” (33)

A su vez, el tamaño de la cama en una asociación que introduce siempre el humor también entra en esta relación: Queen- size o King –size: madre/padre, “la reina contra el rey”.

Como toda obsesión o relación traumática, la relación con la madre demanda todo, engulle todo, pero también está intensificación tiende a agotarse, perder fuerza y ceder espacio y es en estos momentos cuando el texto cambia de ritmo, de tono, se introducen descripciones de paisajes en general a partir de pequeños viajes, pequeñas secuencias ensayísticas sobre la moda o las diapositivas. Sin embargo, así como cede, reaparece y se convierte nuevamente en el centro de la escritura.

Otras historias que se van incluyendo en las distintas partes son entre otras la su tío, Eldridge, quien teniendo todo en apariencia para triunfar también termina siendo alcohólico, viviendo con su madre y teniendo el auto casi como un espacio último de autonomía: lleno de todo lo necesario, como si fuera una casa. También a partir de una pareja de su madre, se introduce una especie de pesquisa hilarante sobre un supuesto cuadro de Leonardo Da Vinci que se encontraría en N.Y. También se trata de una búsqueda personal y significativa más allá de lo absurdo que parezca al igual que la cama del protagonista, el baúl del auto del tío o el kimono extravagante diseñado por la madre:

“Oculta dentro del relato del cuadro – un relato todavía inconcluso, un relato no solo de sentimientos e intuiciones, sino también de esperanzas y sueños desmesurados – estaba, sentía, yo, la historia de mi familia alcohólica.” (78)

“La vida después” es un libro extraordinario, una experimentación narrativa que cambia de tono, de ritmo y de focalización a partir de ciertos núcleos autobiográficos del autor. Relata sucesivas aproximaciones a la figura materna como un misterio a develar a partir de recuerdos, fotos, prendas diseñadas por la misma; como un intento de pensar en el pasado las marcas que anticiparan o no lo que vendría después. Un relato que resulta una especie de pesquisa sobre el pasado de sus padres y una pregunta sobre la propia existencia del narrador.

La vida después, Donald Antrim
Traducción: Matias Battistón
Chai Editora
2022: 208 páginas

 

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