En estas últimas semanas hemos sido testigos de los grandes incendios forestales en Córdoba y en otras provincias argentinas, como así también en otros lugares del mundo. Todavía recuerdo haber estado en Chile hace unos 4 años cuando ese país soportó la devastación en varias de sus regiones del Sur, recibiendo la solidaridad mundial a través de equipamientos, aviones hidrantes y recursos humanos. También pude ver cómo los carabineros de ese país que rápidamente aprehendieron a los culpables y la justicia los condenó.
Probablemente en otros países también suceda lo mismo, porque está comprobado que es muy poco probable que los incendios ocurran por si solos, que el sol caliente un vidrio o que caiga un rayo. La inmensa mayoría de los incendios ocurren por la negligencia de las personas o por la irresponsabilidad basada en costumbres ancestrales con teorías cada vez para refutable desde los técnico y científico.
En la provincia de Salta, suceden cosas similares en cuanto a la multiplicación de los focos ígneos y muchas veces tienen justificativos tan diversos como erróneos o infundados.
Cada viaje que hice semanas anteriores por rutas nacionales, provinciales, caminos vecinales y hasta de consorcios, pude ver focos ígneos para la quema de pastizales o cordones forestales, que por otra parte nadie sabe quién los genera aunque en el fondo todos conocen a los culpables.
Existe una vieja técnica para el control de renovales en los campos agrícolas y ganadero que consiste en la utilización del fuego para quemar los arboles jóvenes y las semillas de malezas, sin embargo, los científicos demuestran cada día la poca eficiencia a mediano y largo plazo que tiene esta práctica
Por otro lado, es común que se quiera mantener las banquinas de los caminos con fuegos muchas veces descontrolados, que lejos de limpiar los costados de las rutas, generan inconvenientes para el ambiente, mortandad de la fauna y hasta pérdidas materiales inconmensurables. Las primeras consecuencias de estas acciones la sufren los propietarios de los campos que deben reponer los alambrados, hoy valuados en U$S 1.200 dólares el kilómetro, cuando costaría mucho menos y sería ambientalmente más sustentable mandar a limpiar las banquinas a machetazos, generando mano de obra y ayudando a conservar la flora y fauna benéficas.
El punto es que aquí, en Salta, hay quemas que son promovidas por los propios dueños de los campos y nadie puede entender cómo es que ellos mismos se generan tanto daño ambiental y hasta económico. En otros casos están los pirómanos de siempre que se aprovechan de la baja humedad en el ambiente, tiran un inocente fosforo que luego genera grandes consecuencias.
En muchos caos el fuego se termina extinguiendo solo cuando ya ha quemado todo a su paso, en otros pasos deben actuar bomberos, policías y voluntarios, produciendo pérdidas irreparables de vida.
Lo lamentable es que en Salta, a diferencia de otros lugares, nunca se sabe si hubo culpables de la quema y mucho menos condenados por el delito ambiental. Es, sin lugar a dudas, otra deuda pendiente de las autoridades que entienden en la materia y de la justicia. Esperemos que algún día, que no sea dentro de tanto, podamos ver en los diarios los nombres y apellidos de los pirómanos para que sirva de escarmiento para los que todavía creen que el fuego es la solución a los problemas.