Por Diego Comba
Por estas horas la “noticia” de una usina de difamaciones y fakenews “descubierta” en Salta viene sacudiendo el mundo político de la Provincia, y será un tema que va a dejar mucha tela para cortar, entre lo que se diga y publique, lo que se opere tras bambalinas y el accionar de la justicia, pero más allá de la “noticia”, tratemos de desmenuzar algunos aspectos que se van desprendiendo de todo este berenjenal, y ver si podemos ser de algo de ayuda para tratar de combatir a estas prácticas que tanto daño le hacen a la sociedad.
A estas alturas ya no nos podemos asombrar de que estas “usinas” existan, básicamente porque si existen es porque hay un público, no menor, que consume toda la basura que se “fabrica” y no vayamos a creer que esta práctica es habitual solamente en un solo sector o bando de la política, de hecho no es novedad a estas alturas que el propio presidente llegó a donde llegó en parte gracias al trabajo minucioso de varias de estas usinas, propias desde hace relativamente poco tiempo, y ajenas por un trabajo que viene realizando un sector cuasi aliado como es el Pro, desde hace no menos de 15 años, alimentando noticias falsas, memes y difamaciones.
La “batalla” digital es el escenario donde mejor se mueve la derecha en el mundo, cosa que tampoco es un fenómeno novedoso, ya anticipado por el filósofo italiano Franco «Bifo» Berardi en uno de sus libros “Generación Post Alfa” en el que desarrolla una serie de teorías sobre los cambios cognitivos que suceden en la sociedad con la irrupción de las nuevas tecnologías.
En uno de los fragmentos del libro mencionado explica que «la derecha, indiferente a los valores de la crítica y de la democracia ha sabido ir al encuentro de la mitologización del campo social del paso de la esfera discursiva a la esfera imaginaria. Por eso ha sabido captar las ventajas de la mediatización de la comunicación social»
A estas alturas, parte del problema si son quienes se dedican a generar este tipo de piezas comunicacionales, pero la otra parte la tenemos nosotros, un nosotros enorme que incluye a la sociedad completa, objeto de ese formato de comunicación que jamás busca el posicionamiento de alguien desde sus virtudes y lo positivo que tiene para darle a la sociedad, sino que buscan esmerilar a una o más personas a través de una crítica que casi siempre apela a mentiras, a exageraciones o distorsiones de hechos puntuales.
Entonces, vayamos a la parte que nos toca como sociedad, porque ya hay demasiados medios y operadores hablando de la “noticia” en cuestión y, dicho sea de paso y con mucho énfasis, exponiendo gente innecesariamente por gente que sólo está buscando salvar su propio “prestigio”, aún a costa de poner el cuero ajeno para el festín de los despellejadores.
La figura legal de esta historia parece ser la de intimidación pública, pero para mí en todo caso cabe más la de calumnias e injurias, pero aquí es donde personalmente tengo un problema, que ojalá podamos tener todos, y es que no tengo idea de qué videos hablan porque jamás los vi, no porque no me lleguen, sino porque llevo años evitando este tipo de materiales y anulando el consumo de este tipo de cuentas.
Mi método es sencillo, no se si efectivo, pero sencillo y creo que desde ese lugar es donde la gente puede colaborar para que esas cuentas con esos contenidos no tengan tantas vistas, likes ni compartidos, y de esa forma pierdan fuerza y por ende pierdan poder de daño, porque, repito, es lo que buscan.
Si no es una cuenta de una persona real con nombre y apellido, que sea verificable, no la sigo, no le respondo si me menciona o comenta y probablemente la tenga bloqueada, de la misma manera si no es un medio de comunicación, entonces no se qué dicen, que públican, ni qué comparten, por más que sea verdad, si no me lo dice una persona real o un medio de comunicación verificable, o una cuenta oficial de un organismo, ong, empresa, etc, no me interesa su contenido. Si ese contenido me aparece como publicidad en alguna red social, la denuncio como spam. Si ese contenido me llega por WhatsApp por privado de un número desconocido, bloqueo el número y lo reporto, si me llega de una persona que conozco intento explicarle por qué ese contenido no me interesa y por qué no debería difundirlo y si lo veo en un grupo de lo mismo.
¿Sirve? No se, es mi pequeño aporte a combatir el anonimato, porque entiendo que si es que necesitan del anonimato para decir algo es porque algo de lo dicho no es real o es ofensivo, y si es una crítica siempre se debería poder decir, y no debiera haber ni ofensa en el que dice, ni rencor en el criticado, porque la crítica a los gobiernos es parte del sistema democrático y de ella se puede enriquecer cualquier gestión, mucho más aún que el canto adulador de los que jamás tienen una objeción y solo saben decir que todo lo que se hace y dice está más que perfecto, pero también deberíamos trabajar en la tolerancia a la crítica y ésta dicha con respeto.
Estas prácticas, que no son nuevas pero encontraron tierra fértil en las redes sociales y en una sociedad adormecida por la inmensa cantidad de información que tiene y que es imposible asimilar, no hacen más que debilitar el funcionamiento de la democracia que es el mejor sistema de gobierno que conocemos, que es perfectible pero que se mejora solamente con más democracia, con más transparencia, con más crítica, con más participación, no de esta forma en la que alcanza con tratar de desgastar, de difamar y de insultar como método de comunicación.
Y las redes sociales, como otros ámbitos, deberían ser el campo fértil para dar las conversaciones que se necesitan para mejorar la vida democrática, el debate y la discusión, en cambio muchos, la derecha principalmente, encontró el lugar ideal para tratar de monopolizar la conversación y marcar agenda sobre temas cargados de odio, rencor, racismo, xenofobia, y convirtieron el espacio digital en una cloaca, y como le dio buenos resultados, porque hasta les dio un presidente, muchos otros entendieron que es el camino y embarraron más todo.
La política es la que debe hacerse responsable de eliminar este tipo de esquemas de comunicación, y es su deber para proteger al sistema y a la actividad, porque no es sino ésta la única actividad que tiene un impacto directo en la vida de millones de personas, por acción u omisión, pero cada decisión política que se tome nos pega de lleno a las personas, y lo útil para una sociedad con serios problemas de salud mental, y en crisis social y económica, es que se dejen de invertir tiempo y dinero en difamar e insultar, y se lo haga en buscar acuerdos, administrar disensos, generar consensos y que todo no tenga otro destinatario que el bien común.
Entonces, ¿qué nos queda por hacer? Como sociedad no caer en la trampa, no ser consumidores de esos contenidos, de cuentas creadas para difamar y mentir por un lado y de discursos violentos por el otro, en especial de esos discursos, porque todo se puede discutir, todos desde su lugar y pensamiento tienen algo de razón, el problema está en los modos, que hoy son malos y violentos y lo único que generan es más malestar y más violencia, justo lo que la sociedad no necesita.