Michel-Jack Chasseuil, un coleccionista de 79 años, ha reunido la mayor cantidad de botellas exóticas conocidas. Más de 40 mil ejemplares valuados en unos 40 millones de dólares. Su casa es un verdadero museo que él mismo define como “la cueva de la humanidad”.
“No beberás”, el mandamiento autoimpuesto del guardián de la que quizá es la colección de vinos más sorprendente del mundo, una que viene siendo cultivada por décadas y tiene tesoros de más de un siglo de antigüedad, pero que persiste por la disciplina férrea de su dueño, quien ha jurado jamás beber el preciado líquido que reposa en sus raras botellas.
Su nombre es Michel-Jack Chasseuil, tiene 79 años y ha dedicado por lo menos 40 de estos a coleccionar los vinos más extraños del mundo, que a su vez son hoy en día de los más caros que jamás encontrarías.
Esos tesoros estás resguardados en una bodega a la que Chasseuil le apoda «El Louvre del Vino» y está ubicada en La Chapelle-Bâton, un pequeño pueblo de la región Deux-Sèvres al oeste de Francia.
En este lugar, lejos de los grandes viñedos que suelen ser el deleite de turistas entusiastas del vino, llegan todo tipo de personajes, buscando un santo grial, convencer a Chasseuil que les venda alguno de sus vinos o peor aún que se los deje probar.
Pero el viejo coleccionista resiste, para él, el vino es arte y su bodega una gran galería.
“Aquellos que quieran visitar la mejor bodega del mundo deben venir aquí”, dice el coleccionista en uno de los libros que ha publicado sobre el tema de sus pasiones: 100 tesoros añejos: de la bodega más fina del mundo.
Hay más de 40 mil botellas, entre ellas 3 mil magnums, a veces de 100 años de antigüedad. Entre los tesoros más preciados está el Armagnac más antiguo del mundo (1797), un ron de 1830, coñacs de 1811 (el año del cometa), Marsalas de Sicilia del siglo XIX y las botellas más grandes producidas desde 1735 hasta la actualidad, cultivos clasificados de Burdeos, grands crus de Borgoña, châteauneuf-du-pape, solo en grandes añadas: 1900, 1921, 1929, 1945.
Durante la década pasada Michel-Jack pasó varias penurias para proteger su patrimonio. Primero luchando contra las condiciones de conservación que exigían sus tesoros, después contra la hacienda pública e incluso contra ladrones que por poco acaban con su vida. Una de las primeras pruebas a superar fue encontrar un lugar definitivo para su colección, que a medida que crecía exigía más cuidados y espacio.
En su búsqueda de las mejores condiciones para sus tesoros trató en varias ocasiones que distintas instancias del gobierno francés o de las provincias reconocieran sus vinos como patrimonio histórico. Soñaba con mudar su colección a Saint-Émilion, donde hay una vieja tonelería llamada Demptos, cerca de las murallas de Plaisance, donde podía asegurarles un buen hogar a sus botellas, pero el ayuntamiento de la ciudad estuvo reacio a ese traslado.
Fue así que Chasseuil decidió iniciar una fundación para recolectar fondos y en pro de esa empresa reunió a personalidades como el príncipe Alberto de Mónaco -otro gran coleccionista y entusiasta del vino- el empresario franco-americano Roger Biscay -de Cisco System- y al mismo tiempo buscando apoyo político para establecer su museo del vino haciendo lobby con la diputada de Deux-Sèvres Delphine Batho o la ministra de Cultura Aurélie Filippetti de la época.
En su desesperación incluso llegó a amenazar con llevarse su colección para Rusia, donde ya tenía contactos con el gobierno de Valdimir Putin para garantizar la existencia de sus vinos después de su muerte.
Por esos años el fisco francés también estaba detrás de él. La gran notoriedad que habían ganado las botellas de Chasseuil y el bombo que le estaba dando la prensa, en especial la revista antes mencionada, llamaron la atención de las autoridades, que llegaron a gravar con impuestos el patrimonio del coleccionista. El cobro era por concepto del Impuesto de Solidaridad a la fortuna y era por el monto de dos millones de euros.
Su colección, según estimaciones de expertos puede tener un valor cercano a los 40 millones de euros. Al final no se fue a Rusia, y no tuvo que pagar tanto dinero, fue una pelea legal larga, pero al final la promesa de no beber ni vender sus botellas hizo el truco para que no fueran consideradas como vienes gravables.