carlos y camila

El príncipe Carlos y Camilla: un amor que cumple 50 años

Durante treinta años, el heredero al trono británico y la Duquesa de Cornualles fueron amantes y llevan dos décadas como pareja oficial.

Fue durante la primavera de 1970 al costado de las canchas de polo del Windsor Great Park. “¿Sabía que mi bisabuela, Alice Keppel, fue amante de su tatarabuelo, el rey Eduardo VII?”, le aseguró Camilla Shand al príncipe Carlos después de elogiarle un caballo. Tenía 23 años y lo único que le importaba era poner celoso a su novio de entonces, el oficial de caballería Andrew Parker-Bowles, que le era infiel. Y con ese objetivo, el príncipe heredero al trono de Inglaterra resultaba ideal. Ese día, dicen, Camilla no logró preocupar a su novio. Pero sí, sin querer, encontró un amigo que pronto sería mucho más.

Carlos, que por entonces tenía 22 años, vivía en el palacio de Buckingham con el mandato de divertirse con muchas mujeres. Tenía que “experimentar” antes de que apareciera “la indicada”. A cargo de controlar su vida afectiva estaba Lord Mountbatten, tío materno de Felipe, su padre, el duque de Edimburgo. Y en este marco, Camilla era una de esas mujeres. Pertenecía a su mismo círculo social y compartían intereses. Víctima de un noviazgo intermitente con Parker-Bowles, pasaba mucho tiempo con el príncipe.

Sensible y romántico –amante de las obras de Shakespeare–, de pronto el príncipe empezó a necesitarla demasiado. Se enamoró de Camilla en un tiempo en el que los hombres no debían ser blandos, ni caer rendidos a los pies de nadie. La idea era que eligiera una mujer “conveniente” y no que se enamorara de su amiga. Además, Camilla no reunía las condiciones: no solo tenía una relación inconclusa  con Parker-Bowles, sino que, más grave aún, “tenía un pasado” en materia sexual.

Alertado ante la situación, en 1972 Lord Mountbatten puso en marcha un operativo de disuasión y embarcó a su sobrino nieto durante ocho meses en el buque Minerva con la Marina Real. Fue en alta mar, en el medio del Caribe, dónde el príncipe leyó en el Times un aviso social que lo devastó: Camilla se comprometía con Andrew Parker-Bowles para casarse en julio de 1973.

Como bien recrea The Crown, la serie de Netflix que habla de la corona británica, cuando Carlos volvió a Inglaterra no le quedó otra que seguir la indicación real de castinear hasta encontrar una futura reina consorte. Y así fue como llegó la indicada. Diana Spencer era la hermana menor de Sarah, una de sus tantas amigas, hija del conde Spencer. La conocía desde los 16, pero tenía 19 cuando lo encantó con su simpatía e ingenuidad. Muy pronto, la familia real –ya sin Lord Mountbatten que había sido asesinado en un atentado perpetrado por el IRA– vio en Diana a la candidata ideal. Joven, aristocrática –más que Camilla–, virgen y bellísima, tenía todo para ser la mujer del futuro rey.

La aprobó incluso la mismísima Camilla, que seguía siendo amiga, confidente y amante de Carlos. Tan amigos eran, que cuando nació Tom, su primer hijo con Parker-Bowles, el príncipe fue padrino de bautismo. ¿Qué opinaba el padre del bebé? Estaba todo bien: tenía una pareja abierta con su esposa. Mecánica que seguiría durante muchísimos años. Y así fue como, en febrero de 1981, Carlos y Diana anunciaron su compromiso para casarse el 29 de julio en la catedral de San Pablo.

En el documental Diana, en primera persona (2017) se publican las entrevistas que –luego se supo– Lady Di brindó para la publicación de su biografía –supuestamente no autorizada– Diana, la verdadera historia (1992). Allí, la princesa revela que cuando se casaron, solo había visto al príncipe trece veces y que sabía fehacientemente de su affaire con Camilla. Tanto es así que unos días antes de dar el sí les dijo a sus hermanas que no quería hacerlo. “Es muy tarde para arrugar. Tu cara ya está en todos los repasadores”, le contestaron en alusión a los souvenirs nupciales. ¿Más? Lady Di contó: “Vi a Camilla mientras caminaba en dirección al altar. Estaba vestida de gris claro, junto a su hijo. ‘Bueno. Estamos todos’, pensé”. Y relata que apenas después de casarse supo que su marido le había regalado una pulsera a su amante: “Alguien de su oficina me dijo que le había hecho una pulsera dorada con un disco de esmalte azul. Tenía una ‘G’ y una ‘F’ grabada… ‘Gladys’ y ‘Fred’, era como se decían entre ellos”. Y el triángulo recién empezaba.

Ya casada y presa de una bulimia creciente, Diana siempre supo que Carlos y Camilla seguían juntos. Incluso durante su Luna de Miel encontró un par de gemelos de plata con las dos C e increpó a su marido. Él se excusó alegando que era una amiga y le dijo que la pulsera marcaba una despedida. Muchos aseguran que la hubo… Los amantes dejaron de verse entre el casamiento de Carlos y 1984, cuando nació Harry, el segundo hijo de Lady Di después de Guillermo.

 

Lo cierto es que a mediados de los ochenta el heredero y Camilla retomaron la frecuencia. A esa altura todos en la familia real sabían que la relación entre Diana y Carlos estaba quebrada. La princesa de Gales –título que le había sido concedido al casarse– no parecía tolerar que su esposo tuviera una amante. Algo que su suegra, la reina Isabel II, y otras mujeres de su generación soportaban estoicas. Diana estaba cada vez más flaca y enferma. No aceptaba la consigna: “todos los príncipes tienen amantes”. Además, su problema era mayúsculo: Carlos no solo tenía un affaire con Camilla… Estaba enamorado de ella.

Durante años, los príncipes de Gales siguieron adelante con sus deberes reales como si todo estuviera bien. Atravesaron eventos públicos, compromisos y giras internacionales. Para Camilla nada de todo esto era un problema. Tenía su propio arreglo con su marido, de quien ya no estaba enamorada como a los 23. Y así fueron las cosas hasta que Diana no aguantó más. Dolida y conflictuada, recurrió a algún que otro amante. ¿Seguía enamorada del príncipe? Puede ser… si es que alguna vez lo había estado. Perspicaz, ambiciosa y, fundamentalmente, necesitada de afecto, es posible que de adolescente se hubiera encandilado con la idea de ser princesa, más que con la persona de Carlos. Eso sí: una vez que se había subido a ese barco que se hundía como el Titanic, había hecho todo lo posible por salvarlo.

Basta con escucharla en el pasaje que reproduce el documental Diana, en primera persona dónde relata el día en que conminó a Camilla, en 1989: “Decidí que iba a ir al cumpleaños de su hermana y que no la saludaría con un beso. Ese fue mi gran primer paso. Después le dije: ‘Me gustaría hablar con vos dos minutos’. Se puso muy incómoda. Yo estaba aterrada. Nos fuimos a un costado y le dije: ‘Camila, quiero que sepas que sé perfectamente lo que está pasando’. Me dijo que no sabía de qué le hablaba. ‘Sé lo que pasa entre vos y Carlos’, agregué. Me contestó: ‘Tenés a todos los hombres del mundo muertos de amor por vos. Y dos hijos divinos. ¿Qué más querés?’ ‘A mi marido de vuelta’, le contesté. Y seguí: ‘Lamento estar en tu camino. Debe ser un infierno para ustedes… Pero no quiero que me tomen por idiota’. Esa noche lloré como nunca antes. Y a la mañana me desperté distinta”.

Pero faltaba más, porque para precipitar la separación de hecho y confirmar eso que el mundo ya sabía, en 1992 la prensa sensacionalista reprodujo una conversación hot entre Carlos y Camila. Duraba una hora y databa de 1989. El príncipe decía: “El problema es que te necesito varias veces a la semana”. Camilla contestaba: “Y yo a vos”. Para que Carlos agregara: “En mi próxima vida me gustaría ser tu pantalón… o más bien, me gustaría estar donde está tu Tampax”. “Ay, ¡sí!”, contestaba ella para escándalo de buena parte del globo. Hacía referencia a la marca de tampones más popular del reino y le daba un título soez a la prensa fascinada con el Tampaxgate.

Humillada como pocas veces, la princesa -que era mucho más popular que el mismísimo príncipe, ¡y ni que hablar que Camilla!–, se vengó. Dio un discurso para prevenir el consumo de drogas que estaba repleto de mensajes entre líneas para su marido. “Los niños que reciben el cariño que merecen crecen reconociendo lo bien que se siente (…) Si la familia se rompe, los problemas pueden resolverse, pero solo si los niños fueron criados con la sensación de haber sido deseados, amados y valorados. Solo así estarán listos para lidiar con semejante crisis”, aseguraba. Hablaba de la falta de muestras de afecto que había sufrido su marido, de la crisis familiar que se venía y de su propio rol como madre cariñosa.

A esa altura la princesa estaba un poco mejor de salud y tenía maduradas ciertas cuestiones. Había entendido que contaba con un capital en su carisma: la gente la amaba como a las figuras de Hollywood o a los grandes deportistas. Además, se había vuelto una experta en manejar a la prensa. Mientras insistía internamente para que la familia real aprobara su separación de Carlos, en 1992 celebró por lo bajo la publicación del libro Diana, su verdadera historia, de Andrew Morton. Aquel que la había escuchado en off. Entonces ya no había vuelta atrás… Ese año el primer ministro John Major anunció ante el parlamento la separación de hecho entre Carlos y Diana. Y la pareja dejó de convivir en el palacio de Kensington.

Carlos habló del tema dos años más tarde, cuando en una entrevista pactada le preguntaron si le había sido fiel a su esposa. “Sí, hasta que supe que mi matrimonio estaba irremediablemente roto”, contestó. Pero fue Diana, una vez más, la que un año después, frente a las cámaras de la BBC –y un par de días antes de volar a Buenos Aires– dio su propia versión para cerrar aquello que nunca debió haber sido. “Éramos tres en nuestro matrimonio”, dijo. Todo fue en 1995, cuando Camilla y Andrew Parker Bowles se divorciaban. Y un año antes de que a Carlos y Diana también les saliera el divorcio.

Nadie podía imaginar lo que se vendría después. La princesa de Gales murió la noche del 31 de agosto de 1997 en París y se convirtió en un ícono. La lloraron británicos y la extrañó buena parte del mundo que había recorrido con causa solidarias. A Camila no le quedó más remedio que mantener el perfil bajo y, como nunca antes, verse a escondidas con Carlos. Salidas, encuentros, vacaciones y vida de novios, lejos de la prensa. Nadie quería herir susceptibilidades. Había muerto la más famosa de las víctimas de las infidelidades de un marido. Nada sería más impopular que poner a Camilla en escena. Había que esperar a que el tiempo reacomode las cosas… Y así fue.

Dos años después de la muerte de Diana, Carlos y Camilla se mostraron juntos en público por primera vez y tras casi 30 años de relación. Fue en el cumpleaños de la hermana de ella en el Ritz. La aceptación de la gente no fue de un día para el otro. Pero fue… Habían entendido, tal vez, que Camilla no era el capricho de un príncipe mujeriego. Que nunca había estado en sus planes lastimar a Diana; que se la habían impuesto. Entendió también que Camilla no era la robamaridos despiadada que la prensa había denostado durante años. Definitivamente, si seguían juntos después de tanto tiempo y contra todo mandato, era porque se amaban.

Entonces, con el cambio de milenio Camilla y sus hijos –Tom y Laura– fueron invitados a pasar el verano en el yate familiar y la reina terminó por aceptar a la histórica mujer de su hijo. En 2003 se mudaron juntos a Clarence House y nadie se sorprendió cuando se casaron el 9 de abril de 2005. Hubo una ceremonia civil en el Ayuntamiento de Windsor que siguió con la religiosa en la capilla de San Jorge y finalmente una recepción en el castillo para 700 invitados

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