Apertura-Pipa.

La Pipa de la paz

A 80 kilómetros de Natal, en el nordeste brasileño, Pipa se muestra hoy con ciertas reminiscencias del Buzios de los años ’60 o ’70. Playas excepcionales, naturaleza y una buena onda espontánea y contagiosa.

Por supuesto que hoy pensar en viajar a Brasil es un sueño, pero bien vale la pena planificar para hacer realidad ese sueño cuando la situación mundial se normalice.

Con su litoral marítimo eterno, el gigante sudamericano siempre tiene algo para sorprender. Es mucho más que playas, y cada uno de sus destinos costeros así lo demuestra. Son pueblitos auténticos, genuinos, con historia, cultura y gente de verdad, no complejos «all inclusive» armados para los turistas, tan típicos de algunos sitios del Caribe.

Y si algunos de los balnearios brasileños se empiezan a parecer demasiado a esos destinos caribeños, los viajeros descubren otro que los enamora. Eso pasó hace unos años con Pipa, un pequeño pueblo de pescadores del nordeste, 80 kilómetros al sur de Natal. Y así se convirtió en un polo de atracción para los que gustan de playas tranquilas y naturales, alojamientos y restaurantes a pequeña escala, lagunas junto al mar y fauna silvestre en libertad.

Las playas 

Pipa debe su nombre a una gran piedra negra, hueca, que sobresale de la zona de playas, al pie de un acantilado. Al norte de ella está el pueblo, que hoy ronda los 5000 habitantes y se caracteriza por sus angostas calles adoquinadas. El centrito está lleno de posadas y restaurantes, muchos de ellos con vista al mar y una buena oferta de pescados y mariscos, siempre acompañados por mandioca frita y servidos con cerveza helada o caipirinha.

Al pie de estos balcones gastronómicos está la playa Do Centro, angosta y concurrida. Justamente por eso no es la más recomendable, pero es la indicada para tomar un paseo en barco, imperdible. A bordo de antiguos veleros de madera se recorren las playas de Pipa, se avistan delfines desde muy cerca y se tiene la posibilidad de zambullirse al mar desde la propia cubierta.

La playa más linda de la zona es Madeiro, una gran bahía situada a un par de kilómetros del centro. Para llegar a ella hay que bajar una larguísima escalera, pero vale la pena. La mata atlántica (o selva costera) cubre toda esa bajada y refuerza el perfil natural de la playa, en la que abundan paradores que ofrecen comida, sombrillas y reposeras. Un dato interesante: en todos ellos se puede pagar con tarjeta.

En Madeiro se dan clases de surf (especialmente para principiantes) y es uno de los sitios indicados para avistar delfines, ya que se suelen acercar a la costa. 

Entre Madeiro y Do Centro está la playa Dos Golfinhos (De los Delfines), amplia y agreste, ya que no tiene servicios. Es ideal para caminar tranquilo, sin el más mínimo apuro… ¡salvo que suba la marea! Cuando está en su punto más alto, bloquea los extremos de esta bahía y no se puede salir de ella.

Al sur del centro está la playa Do Amor, llamada así porque vista desde el acantilado tiene forma de corazón. Es la más buscada por los surfers con cierta experiencia y suele ser más ventosa que las anteriores. 

Ya saliendo de Pipa, unos 15 kilómetros hacia el norte sobresale Tibau do Sul, donde una laguna de agua salada penetra en el continente y los atardeceres son de película. Hay allí una crepería famosa, con un deck sobre la «lagoa», donde los crepes (tanto dulces como salados) también son de película. Hacia el Sur de Pipa aparece Barra do Cunhau, una aldea a la que se accede por un rústico camino que va sobre los acantilados, coronado por el cruce de un río que se hace sobre balsas de madera impulsadas con botadores. Después de eso se abre una playa en la que la marea baja forma infinidad de piscinas naturales, de baja profundidad, donde los más chicos se divierten con un visor y un snorkel. Sus padres, mientras tanto, los miran felices… con una «cerveja» helada sobre su mesa. Brasil…Y no hay nada que agregar.

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