Sebastián Pandolfelli 01

La vida del argentino está atravesada quieras o no por el peronismo

Entrevista a Sebastián Pandolfelli. Nació en Lanús, Provincia de Buenos Aires en 1977. Es músico, compositor y escritor. Participó en la conducción y producción de algunos programas radiales. Fue discípulo y lugarteniente del escritor Alberto Laiseca. Publicó Rocanrol (cuento, Editorial Funesiana 2008 y reedición 2010), Choripán Social (novela, WU WEI, 2012 y Tambo Quemado, Chile, 2013), Unidad Básica (Eloísa Cartonera, 2014) y Diamante (Galerna, 2016). Coordina talleres literarios, y, según dicen algunas solapas, tiene una particular debilidad por la cerveza con amigos, no sabe manejar ni jugar al fútbol. Desde el lavadero de su casa, charlamos con Sebastián Pandolfelli.

En tus libros desarrollás una representación del conurbano bonaerense que no es la excursión de un escritor que va desde la ciudad hacia los arrabales. Vos naciste en ese lugar y se nota que esa voz con la que relatás a Lanús no es impostada, o careta. ¿Qué se narra cuando se narra el conurbano?
Lo que me interesa es contar mi aldea, mi mundo. Villa Diamante es mi Macondo, nací ahí, viví allí, conozco los pasillos de las villas de alrededor. En el último tiempo hubo como una nueva moda de contar al Conurbano Bonaerense en la literatura, y muchos escritores se vieron obligados a meter las patas en la fuente sin tener demasiado conocimiento de causa. Un flaco de Palermo escribiendo sobre Laferrere suena a Una excursión a los indios Ranqueles. Cuando uno es de ahí, no hay impostura.

Es un poco lo que pasa con El matadero, de Esteban Echeverría (texto fundacional de la literatura argentina), que es narrado por un tipo que no es de ahí y denuncia la “barbarie”.
Echeverría era un cheto, que le iba bien con las minitas y escribía poemas. El chabón era como un Sandro de la época. Con la bronca que le dio cuando se tuvo que ir porque Rosas lo iba a agarrar del cogote, supuestamente escribe ese cuento. Digo “supuestamente” porque en realidad no se sabe si lo escribió, porque es un texto póstumo que lo encontraron en un cajón de Juan María Gutiérrez (escritor amigo de Echeverría). Mira qué loco, encontraron un texto en un cajón y justo ese cuento se transformó en el mojón inicial de la literatura nacional y de la dicotomía civilización/barbarie.

En Choripán Social y en algunos relatos de Diamante aparece el peronismo como una constante junto a este espacio del conurbano. ¿Por qué sucede esto?
Porque es inevitable. En Villa Diamante había una unidad básica cada dos cuadras. Ahora, lamentablemente, hay más iglesias evangélicas. Es más, la vida del argentino, en los últimos 70 años (como dicen algunos por ahí), está atravesada quieras o no por el peronismo. Contar el Conurbano sin el peronismo, es como tratar de contar al mundo sin Los Simpson o sin Coca Cola. Antes yo era medio anarco, pero cuando empecé a escribir Choripán Social en el taller de Alberto Laiseca (escritor argentino conocido también por el ciclo Cuentos de Terror, en I-Sat), me propuse indagar en el movimiento peronista. Empecé a leer mucho sobre eso, y escribí esa novela de peronismo delirante. Para mí el peronismo es la única alternativa posible en este sistema en el que vivimos.

¿Pensás que existe, o existió, una grieta entre peronismo y literatura a lo largo de nuestra historia?
Hay una tranquera que se salta para un lado y para el otro, más que una grieta. Cortázar era comunista y antiperonista, y después se arrepintió. Borges era medio gorila, no porque era reaccionario, sino por la gente de alcurnia con la que se juntaba. Existió una literatura gorila que hoy no existe, por ejemplo, lo que hace Andahazi, no es literatura, es un coso.

Laiseca decía que “Choripán Social es una muestra acabada de realismo delirante”. ¿Qué quiere decir esto y cómo fue ser discípulo del Conde Lai?
Lo que me pasó con Laiseca fue una gran casualidad. Llegué a él a partir de su novela El jardín de las máquinas parlantes, y la flashé. Con él me di cuenta que hay otra forma de hacer libros. La literatura para mí era algo que antes de tocarlo tenías que lavarte las manos con Espadol, más o menos. Conocerlo me cambió mucho. Empecé a ir a su taller y nos hicimos amigos. En cuanto al realismo delirante, es tomar algo de la realidad y exagerarlo hasta el punto que se vuelva delirante. Laiseca decía que era poner la lupa sobre algo para hacerle saltar la ficha. En el lector hay una sorpresa, hay ironía.

Hace poco, junto a escritores como Gabriela Cabezón Cámara, Camila Sosa Villada, Samanta Scheblin, Selva Almada, Claudia Piñeiro, Inés Garland, etc, publicaron Conurbe. ¿De qué se trata esta propuesta?
Es una antología que armó Julián López para la Editorial de la Universidad Nacional de Hurlingham. La propuesta es el Conurbano visto de todos lados y por escritores diversos (que viven allí, que no viven ahí, gente de otros países). En todos los cuentos el Conurbano está presente y narrado por los escritores más destacados del momento.

¿Cómo estás llevando estos tiempos distópicos y en qué medida esto repercute en tu trabajo creativo?
De a ratos lloro, de a ratos quiero salir corriendo, de a ratos veo jugar a mis hijas y todo me cierra. Estoy laburando más con los talleres literarios que doy, y se hace difícil el día a día de todos encerrados en casa. Hay que ser responsable y cuidarse uno para cuidar al resto. En lo creativo no me sale escribir, pero sí estoy corrigiendo una novela que escribí.

Pordes escuchar la entrevista completa en este podcast

Por Lucas Bertone para Alegre Distopía, un programa de música, literatura y artes varias que imprime una mirada irónica y humorística a estos tiempos distópicos. Escuchalos todos los jueves de 17 a 19 horas por FM La Plaza 94.9

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