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Se abrieron las alamedas

Que un 80% de los chilenos haya votado en favor de avanzar hacia la modificación de la Constitución de ese país, elaborada por la dictadura de Pinochet y que aún está en vigencia, es una muestra cabal de que el modelo chileno, vendido como la joya de América Latina, no es más que un espejismo que en nada refleja lo que vive ese país, quizás el más desigual de todo el continente.

El modelo chileno actual es el reflejo de lo que pretenden quienes levantan la bandera de la meritocracia como forma de vida, el problema, grave, es que al no contar con igualdad de oportunidades ni equidad, los méritos se los llevan sólo quienes pueden pagar por salud y educación, que son los que luego tienen un trabajo digno, el que no tiene acceso, queda en el camino.

Por muchos años el modelo chileno fue bien visto en el continente como un modelo a imitar, pero las protestas que comenzaron el año pasado a causa del aumento del precio del subte, fueron el motivo para correr el velo y entender que la joya de América Latina no era tal y que su pueblo estaba cansado de vivir en un país donde el 1% de la población acumula el 25% de la riqueza, y donde la clase media no puede disfrutar lo que tiene porque pasa su vida pagando deuda, y los pobres no tienen acceso a nada, por ser pobres.

Una suba del subte fue el detonante para el estallido social de 2019, pero a éste le siguieron el reclamo contra la desigualdad social en una economía en expansión, un alto costo de vida, difícil acceso a la vivienda, desigualdad en el acceso a educación y salud, de calidad, bajas pensiones para jubilados y un gobierno de elite que no representa a la mayoría de los manifestantes, compuesto por jóvenes de clase media a los que se sumaron las clases bajas y con el predominio de mujeres, que además hicieron sentir su voz en contra de un sistema patriarcal imperante en el país trasandino.

En síntesis, en Chile estaba todo mal, y bastó una chispa para encender una bomba que terminó con una brutal represión, clásica respuesta del liberalismo a las protestas sociales, con una veintena de chilenas y chilenos muertos, miles golpeados y cientos de mutilados (los carabineros eligieron disparar a los ojos de los manifestantes y algunos perdieron totalmente la vista, otros parcialmente). El saldo de las protestas según el Instituto de Derechos Humanos de Chile fue de 4000 heridos (300 son niños y niñas), 500 heridos oculares y unas 1000 querellas por torturas.

En febrero de este año el Centro de Investigación Periodístico de Chile (CIPER) publicó una columna de opinión en la que mencionan que “Chile es también el segundo país de la OCDE con la mayor brecha de ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre, solo detrás de México”.

En 2018 el Banco Central de Chile informaba que el 66% de los hogares chilenos tienen algún tipo de deuda. Estas deudas están compuestas principalmente a financiar el elevado gasto en educación, lo que motiva a la clase media chilena a endeudarse, mientras que las clases bajas, al no contar con ingresos ni avales suficientes, quedan postergados en el camino, y sin oportunidades no hay meritocracia que resista, salvo para los que pueden financiar la meritocracia de sus hijos.

La pandemia fue de gran ayuda para el neoliberal gobierno de Sebastián Piñera, responsable de la represión a su pueblo, pero lo único que ganó es tiempo, porque a medida que la pandemia va pasando, la protesta va volviendo, el reclamo no se olvidó y el pueblo chileno es el dueño de las calles, del reclamo y está sometiendo a una sorda clase política a despertar y no tienen más remedio que ocuparse de los asuntos importantes que vienen postergando desde hace años, con un poco de maquillaje por momentos, o correrse de donde están para darle lugar a los emergentes de la lucha social que saben lo que hay que hacer para cambiar el rumbo y comenzar a forjar un país con más inclusión, equidad e igualdad, en especial para los más vulnerables y la empobrecida clase media.

Chile es el ejemplo de que sin equidad, igualdad e inclusión no hay méritos que alcancen, y sólo unos pocos pueden sobresalir, por eso son noticia, no por sus méritos en sí, sino porque en un tiempo altamente competitivo e individualista, el sálvese quien pueda es la noticia, porque los que más tienen, siempre, no quieren que haya mucha gente que se les iguale, porque les da terror perder sus privilegios, que no son solamente económicos, sino también judiciales y en este mundo consumista, lo que quieren es ser exclusivos en lo más que puedan, porque la apatía en la que viven les impide poder pensar siquiera en compartir espacios con personas a las que consideran inferiores, porque miden a los demás por su valor económico, y a eso le dan mérito, al cuánto tienes y cuánto vales.

Ojalá que la pandemia, además de haberle servido al represor de Piñera para ganar tiempo, nos pueda servir a todos para darnos cuenta que el individualismo, en parte, es la grieta de la que toda sociedad debería salir. Chile lo entendió, y una aplastante mayoría se está animando a dar los pasos necesarios para comenzar a cambiar ese modelo opresor.

Vale aquí recordar a Salvador Allende en un fragmento de su último discurso dirigido al pueblo chileno, antes de ser derrocado por el dictador Augusto Pinochet, quien dictó la Constitución que hoy los chilenos van a enterrar: “Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.

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