Florentina Tolaba de Sarapura tiene 61 años y vive desde siempre en un puesto que está del otro lado del filo de San Lorenzo, subiendo por la quebrada. Tuvo diez hijos, enviudó y hoy vive sola, en un paraje al que se llega solamente a pie o a caballo.
No solamente por su naturaleza o su arquitectura se conocen los lugares. La gente le da una identidad particular a un sitio, un sello propio que trasciende a las personas y llega a darles nombre. Eso pasa con Florentina Tolaba de Sarapura, quien vive en su puesto de los cerros de San Lorenzo desde hace más de 45 años.
Todo aventurero que haya salido a caminar por la parte más alta de la quebrada de San Lorenzo ha visto su casa al llegar al filo, ya que es la única construcción que se ve del otro lado, perdida en la inmensidad de las yungas. La levantaron hace más de un siglo los abuelos y los padres de su marido, Nicolás Sarapura. Hoy, si bien ella dice que el paraje se llama El Duraznal, todos lo conocen como Sarapura o, simplemente, Florentina.
“Yo me crie en La Toma, que pertenece a Finca Las Costas, pero a los 15 me junté con mi marido y me vine para acá. Tuvimos diez hijos, tres varones y siete mujeres, y los criamos en este lugar, mi marido nunca se quiso ir de acá, a él no le gustaba mucho el pueblo”, relata Florentina. Sus hijos e hijas son grandes ya, hicieron su vida y se fueron de la casa, y Nicolás murió hace un par de años. Cuando estaba por cumplir 60 años, Florentina se quedó sola… pero ni se le pasó por la cabeza irse de su lugar en el mundo: “Estoy muy acostumbrada, acá tengo mis animales…”.
Hasta allí se llega únicamente a pie o a caballo, luego de alrededor de dos horas desde el estacionamiento de la quebrada, en los que se trepan 600 metros de desnivel.
Florentina tiene la sonrisa franca y la simpleza absoluta de la gente de campo. Cada una de sus palabras lo evidencia. Ella pudo hacer solamente hasta tercer grado, pero con Nicolás se ocuparon de enviar a sus hijos a la escuela, en San Lorenzo. Así fue la vida de los diez: desde muy chicos de lunes a viernes en San Lorenzo, con amigos o madrinas, y los fines de semana y las vacaciones en el puesto del cerro, con sus padres. Hoy, una de las mujeres vive en México. Los otros nueve están cerquita de ella, en el pueblo, y suben seguido a visitarla. Ella también baja cada tanto, siempre a caballo. “Ya formaron sus familias, tienen su marido, su mujer… pero vienen a visitarme, me preguntan ‘¿Cómo estás mamá? ¿Necesitás algo?´. Y yo acá siempre tengo cosas para hacer, hay que ocuparse de los animales, buscar agua…”, afirma.
Una rutina diferente
Leña del monte para cocinar y calentar el ambiente, agua de una vertiente para tomar, mantas para abrigarse, velas para iluminar la noche, algún cordero para comer… Florentina sigue viviendo casi como lo hacían los abuelos de su marido, muchos años atrás. Solamente tiene un panel solar desde hace un par de años, que alimenta un par de lamparitas. El suyo es otro mundo, una máquina del tiempo que retrotrae las cosas a una situación propia de otra época. Y sus nietos, ya ciudadanos digitales del siglo XXI, cruzan el cerro y se acostumbran instantáneamente a este ambiente.
Florentina es un típico Nadie, representante de una forma de vida que sólo Dios sabe hasta cuándo va a sobrevivir. Ya pasó los 60, pero no piensa irse de allí. ¿Hasta cuándo? “Mi mamá es una luchadora -asegura Mariel, una de sus hijas menores-, nos crio a todos bien, con su trabajo en el campo y alquilando caballos en la quebrada. Ella se va a quedar acá siempre que pueda, le gusta esto, quiere seguir estando acá”. Florentina misma concluye: “No sé cómo vendrá la mano… Mientras que me dé el cuero y el cuerpo bien de salú… pasará todo aquí. Siempre soy feliz, no soy amargada, vivo cada día”.
Fuente: secretosdesalta.com.ar