Black Mirror: Veintidós unitarios y una película para disfrutar de la ciencia ficción
Esta semana vamos a hablar sobre una serie más que representativa del género ciencia ficción: Black Mirror.
Traducida ligeramente como Espejo negro, Black Mirror es una creación de Charlie Brooker, Jesse Armstrong y William Bridges. No vamos a entrar en detalles biográficos que a nadie le interesa en demasía, sí decirles que Charlie Brooker es, por decirlo de alguna manera, el padre de la criatura. Esta serie se lanzó, al mundo televisivo, un lejano 4 de diciembre de 2011 y tuvo como última participación el 5 de junio de 2019. Dentro de su hermoso prontuario, nos encontraremos con veintidós episodios independientes pero conectados por varios temas interesantes: la tecnología y sus males en la vida cotidiana, las relaciones interpersonales y la cuestión de la virtualidad, el establecimiento de posibles escenarios en un futuro no tan próximo ni tan lejano, la conducta social y sus perversidades como así también inequidades. Black mirror no es más ni menos que un producto de ciencia ficción, uno que juega con la creación de mundos posibles y distópicos. Los capítulos de la misma comenzaron a proyectarse en el Channel 4 británico, y fue adquirida por Netflix luego de la emisión de dos temporadas y un especial navideño (ya sabemos el poder económico de la Plataforma y su posibilidad de compartir sus productos con espectadores de todo el mundo).
Son tan amplias las historias que se presentan en los unitarios que componen esta serie como así también un sin número de personas que pasaron por ellas. Hay un despliegue de talento y buenas participaciones de actores por ahí no tan conocidos para nosotros que somos espectadores comunes. Por el contrario, la quinta temporada salta a la pantalla con las incorporaciones de Miley Cyrus (famosa cantante y actriz) como gran novedad bien llamativa o la actuación de Anthony Mackie o Topher Grace (dos conocidos actores que si les ven la cara seguro que los reconocen). Hay algo evidente en todo esto: Black Mirror ya tuvo un trayecto exitoso y cuenta con un público fiel que siempre está y estuvo al pendiente de ella. Necesitaba alguna especie de cimbronazo y las apariciones de esos famosos actores cumplió más o menos ese papel. Obviamente les permitieron, esas participaciones, seducir a otros espectadores con sus presencias. Acotando algo más a este asunto y, esto es una cuestión de gusto personal, no está entre mis preferidas la última temporada. Sus temas, de alguna u otra forma, ya han sido desplegados a lo largo de temporadas anteriores, incluso con mayores virtudes y en historias más interesantes (obvio que toda esta impresión la hago desde mi humilde paladar).
La ciencia ficción es un género bastante jugado o permite divagar sobre escenarios posibles. Eso es algo que en ella está trabajado con gran destreza. El segundo capítulo de la primera temporada presenta una historia desopilante: una sociedad dividida en estamentos o sectorizada: unos pedalean y generan energía (una producida por el movimiento del hombre) que les va dando una especie de puntos, algo así como plata, que podrá invertirlos en comida o aquellas cosas que él desee, obvio que existe una gama de accesorios que podríamos llamar superficiales para consumir: entretenimiento vacío, generalmente dirigido a formar una opinión negativa hacia los “gorditos flojos” que no son capaces de producir energía con el pedaleo. Ellos son la parte inferior de esta comunidad y se dedican a la limpieza. Por el contrario, en la parte superior, están las personas excepcionales que no tienen que pedalear todo el día para subsistir. Llegar ahí es un privilegio y depende de la decisión de unos jueces (al estilo de los concursos de los programas de televisión) quienes evaluarán las virtudes y, por sobre todo, la viabilidad del consumo fácil en la pantalla. También, la comunidad deberá aceptar ese producto ofrecido por el personaje (bailar, cantar, algo que tenga que ver con entretener). Lo dicho antes pone de manifiesto algo bien interesante: arriba de todos los sectores hay algo que organiza, a su conveniencia, obvio, todos estos destinos. La verdad es que es difícil de contar resumidamente todo esto y para agregarle algo más, está el detalle de que la misma está situada, también, en un entorno generado por imágenes virtuales que van configurando objetos, momentos del día, etc. Un escenario potable en un futuro próximo, se podría decir, que de alguna manera está confeccionado en este nuestro mundo de hoy.
Los episodios uno de la primera temporada como así también el segundo de la quinta (solo uso de pasada esos ejemplos ya que en toda la serie abundan todas estas cuestiones) desarrollan temáticas como los males y sinsabores que genera el ascendente y variado espacio de las comunicaciones, sus medios y el consumo compulsivo que el hombre hace de ellos. Alguien secuestra a la princesa y sube un video en Youtube que rápidamente se viraliza ya que no hay control sobre este tipo de despliegue. En su exigencia, para la futura liberación de la misma, el secuestrador pide al primer ministro que acceda carnalmente a un cerdo. Todo parece una idea descabellada y hasta risueña pero la cosa se va moldeando como seria y tiene el final menos pensado. La ciudad se paraliza y se aglutina en las pantallas de sus hogares o bares a ver el inimaginado espectáculo. El tratamiento del hecho y el morbo que genera el mismo solo presenta su aspecto humanizado cuando esas caras de risas maliciosas de los telespectadores, empiezan a desfigurarse y darse cuenta de la crueldad hacia ese tipo que estaba consumiendo al cerdo, pero no de la forma conocida. En el caso del capítulo dos de la quinta temporada, todo gira en torno al accionar adictivo para sus usuarios de una red social que mantiene las veinticuatro horas del día al pendiente a los mismos. La adicción es tal que muchas personas pierden el sentido de la realidad y un hecho infortuito de un personaje (mirar el celular mientras conduce, acción que deriva en el descuido del volante y protagonizar un accidente trágico que produce la pérdida de su amada) hace que éste decida contactarse con el creador de esa red social. Asistiremos a acciones que pondrán en jaque cuál es el fin de todas estas redes, el poder de las mismas a partir de la manipulación de la información personal como de navegación de todos sus usuarios, el desarrollo indiscriminado de contenidos presentados casi al instante del hecho (hay un secuestro y los pedidos del secuestrador como las expresiones policiales son captadas y subidas a la red social por dos jóvenes) .
Hay, en Black Mirror, espacio también para las posibles incorporaciones de las tecnologías a la anatomía de las personas. Un capítulo trabaja el implante de una especie de memoria interna (el grano según la traducción) en los ciudadanos. Esto les permite, a los individuos, repasar sus recuerdos lejanos en el tiempo o rememorar cuestiones experimentadas cotidianamente. En la trama de uno de los capítulos, un personaje analiza los gestos de sus posibles empleadores en una entrevista laboral que tuvo para ver si tiene o no posibilidades de acceder a un trabajo e incluso puede solicitarle, a la aplicación, que realice una lectura de labios de un dialogo que vio como sospechoso en el que interviene su esposa y un desconocido. El repaso de esas imágenes que ya están grabadas en su dispositivo interno permitirá recopilar la información necesaria para el establecimiento de la verdad (la infidelidad en este caso). Hay segmentos, en ese episodio, que tienen que ver con usar algunos recuerdos de acontecimientos íntimos como traer las imágenes del mejor acto sexual que tuvieron como pareja y usarlas en uno actual. Más allá de lo brevemente repasado, es indudable que se pone sobre la mesa cuestiones como la incidencia de una memoria que nunca se pierde, la posibilidad de analizar todo lo que hice o dije, como así también lo que los otros hacen. Esas cosas que nuestra mente intenta recordar o deducir, la tecnología está presente para llenar ese espacio. La pregunta sería qué pasará cuando pase eso si es que llegara a suceder. Esta trama invita a ver la destrucción de una pareja o genera malas sensaciones con la implantación de tecnologías de este tipo.
La inteligencia artificial se hace presente en la serie y son varias las tramas que tratan esta cuestión. En el caso del último capítulo, una historia aborda la posibilidad de crear robots inteligentes que permiten interactuar de igual a igual con las personas. Una adolescente habla las veinticuatro horas del día con un robot pequeño que no es nada más ni nada menos que la personificación de su cantante favorita (conversan como dos grandes amigas, le da consejos sobre la vida y su imagen, le cuenta historias, baila, etc.) Parece una persona, pero no lo es…En este episodio, se marca la posibilidad de poder manipular la creación a partir del análisis de la actividad mental (la cantante ha sido inducida a un estado vegetativo y su tía, con la ayuda de otros, manipula su mente desde una conexión que tiene ésta con una máquina).
Por otra parte, la tecnología vendrá a ofrecer, también, la posibilidad de interactuar con alguien fallecido. Obviamente, la serie no pierde la oportunidad de darle vuelta al asunto en una historia bien rara como triste. Las cuestiones éticas como emocionales se ponen en juego cuando se especula ante esta inquietante posibilidad. A su vez, un capítulo de la segunda temporada, en su trama, también, pone en juego lo ético. Filmar, en una especie de juego perverso, las acciones de una persona considerada, en esa sociedad, inferior. Ella no entiende qué pasa ni porqué la filman, pero sí observa el peligro y personas que la amenazan y persiguen. Un circo que da vuelta sobre lo que se ve y lo que se consume.
Black Mirror sí que es cosa seria. Casi me olvido de decirles que tiene dentro de sus productos una película, estrenada en 2018, llamada “Bandersnatch”. Este film sigue toda filosofía de la serie y propone un juego interactivo llamativo: el espectador debe ir tomando decisiones o siguiendo los caminos que la película nos va ofreciendo. Hay algunas restricciones para lograr la interacción con los espectadores, en cuanto a la compatibilidad de este film con algunos dispositivos, pero con un humilde celular modelo 2016 que es el que uso, se puede hacer sin problemas.
La tecnología vino para quedarse y eso lo tenemos en claro. Black Mirror da vueltas sobre esta cuestión y despliega temáticas alocadas, pero no tan descabelladas. Un programa puede armarte una cita con alguien si lo deseás, reservarte una mesa o un cuarto de hotel como así también poner un límite de tiempo a esa interacción. Un virus informático es capaz de arruinarte la vida y manipular tus datos electrónicos. Una persona tiene la posibilidad de pensarse cómo van a ser los momentos finales de su vida y poder permitirse estar conectado mentalmente, con un aparato obvio, de alguna manera, a este mundo o irse definitivamente de él. La tecnología y sus posibilidades están puestas de una manera creativa como seria en los unitarios que conforman este gran producto de ciencia ficción.
Los alcances de la mente y sus actividades son bastante misteriosos. Nadie podría explicarnos, fehacientemente, cuál es su funcionamiento. Black Mirror, en sus historias de facetas cotidianas como futuristas, es capaz de conectar, a la actividad mental, el plano tecnológico. La discusión que se presenta dentro de la ciencia ficción y, obviamente, en la serie que hoy estoy reseñando, fue, casi siempre, ver los posibles alcances del desarrollo científico/tecnológico en la vida misma como así también sus implicancias positivas como negativas. Lo ético aparece como opacado cuando los beneficios que experimentan las personas no se dan o presentan en una forma deseada: vivir sin controlar uno mismo las propias acciones, estar conectado a algún aparato que manipula las actividades mentales o inserta, virtualmente, a una persona dentro de un mundo posible, utilizar el desarrollo científico para denigrar o extorsionar a las personas, son cosas, sin dudas, cuestionadas éticamente. Como alguna vez leí en Saramago y su tremendo texto titulado “La tecnología y los males de nuestro tiempo”, (la tecnología) es buena o mala según cómo la usemos: alguien crea un cuchillo que permite manipular ciertos objetos duros y otro lo puede usar para apuñalar a alguien; el tren es un gran invento para acercarnos a enormes distancias o también para llevar personas a campos de concentración.
Esperamos que la tecnología nos mejore la calidad de vida. Black Mirror nos vincula con esos escenarios posibles, aunque la mayoría de ellos casi indeseados o para nada románticos. Esta serie es excelente para los amantes del género ciencia ficción, aunque sí me gustaría decirles que no se pierdan la oportunidad de ver algo de excelencia más allá de lo genérico y gustos. Indudablemente esta serie es un producto de alta calidad, bien escrito, filmado, pensado y actuado. No se la pierdan o vuelvan a verla como lo estoy, gratamente, haciendo. Espero sus comentarios, hasta la próxima amigos.
Por Javier Dávalos para Alegre Distopía, un programa de música, literatura y artes varias que imprime una mirada irónica y humorística a estos tiempos distópicos. Escuchalos todos los jueves de 17 a 19 horas por FM La Plaza 94.9