Nunca más

Sin votos, a las botas

A 45 años del inicio de la última dictadura, y luego de 38 años de democracia ininterrumpida, los argentinos recordamos aquel 24 de marzo de 1976 con la bandera de la Memoria, para no repetir, la Verdad y la Justicia, para que podamos dar vuelta la página con los culpables condenados, sin impunidad, no hay otra forma de concordia.

Las dictaduras en América Latina se fueron dando durante un largo proceso en nuestro continente, siempre por motivos económicos, con miles de ‘justificativos’ para que el ejercicio de la fuerza supla la falta de votos y la legitimidad, y a costa de miles de vidas, robos y secuestros de bebes. Instalada una dictadura empieza a funcionar el aparato de terrorismo por parte del Estado, la doctrina jurídica es conteste en definir al Terrorismo de Estado como la descripción de las instituciones del propio Estado que, debiendo procurar el bien común, se deforman y se convierten en las primeras violadoras de la igualdad y la legalidad.

Que un Estado se convierta en terrorista implica de inicio su negación como tal, puesto que es contrario a su función natural. Se trata de la utilización de las instituciones que forman parte de éste y que en vez de servir a una comunidad sirven a grupos de actuación estatal, parapolicial o paraestatal, que en forma sistemática intentan, a través de los mecanismos más aberrantes, imponer la ‘verdad’ de turno sin importar el marco legal ni las leyes vigentes.

El Terrorismo de Estado echa por tierra el Bien Común, único objeto del Estado, irreemplazable e irrenunciable, reduciendo todo a la relación amigo-enemigo, al nominar a sus disidentes como una fuerza demoníaca, y así justificar la contrademoníaca y aniquilar a la primera.

Eduardo Luis Duhalde nos aclara éste y otros conceptos más “a poco que se bucee en nuestra historia, la violencia institucional, entendida en su componente brutal de ejercicio de la fuerza y del terror, aparece como una constante histórica recurrente a partir de 1810, desde el mismo inicio del proceso emancipador, ya que el único pathos que recorre todo el curso de nuestro pasado como una continuidad sin fracturas es el de ‘matar al disidente’

…en todos los casos, el matar al contestatario, no consistió simplemente en su eliminación física, tuvo un efecto pedagógico y docente frente a la ciudadanía popular … estas prácticas del poder en nuestro pasado, aparecen encubiertas bajo el discurso justificador y en la medida en que nos familiarizamos con ellas (obviamente deformadas) desde la propia escuela, donde aparecen como naturales y legítimas, dan razón a los dichos de Merleau Ponty: ‘la distancia, el peso del acontecimiento sucedido, transforman al crimen en necesidad histórica y a la víctima en un sueño vacío’.”

Continúa diciendo el maestro Duhalde: “…el Alberdi de la vejez, con su lucidez habitual, desnuda implacablemente el mecanismo perverso en sus Escritos Póstumos: ‘los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto ni conocen. Ser libre, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos, sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo… El liberalismo como hábito de respetar el disentimiento de los otros ejercido en nuestra contra es cosa que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente es enemigo; la disidencia de opinión es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte’.”

De acuerdo al Derecho Internacional, la víctima de los actos de terrorismo de estado no sólo es aquél o aquella persona que sufrió el más aberrante delito sino además toda la sociedad, y ocurrido el mismo, se debe reparar el daño con todas las herramientas que pone a mano el derecho, siempre limitadas a comparación del daño causado, y generar la construcción de una conciencia y memoria activa de que no vuelva a suceder, Nunca Más.

En el discurso del entonces Presidente, Néstor Kirchner, en el acto de firma del convenio de la creación del ‘Museo de la Memoria para la promoción y defensa de los Derechos Humanos’, aquel 24 de marzo de 2004 en la ex ESMA, decía claramente cómo debía ejercitarse esa Memoria activa, ‘… ya no como compañero y hermano de tantos compañeros que compartimos aquel tiempo, sino como Presidente de la Nación Argentina vengo a pedir perdón de parte del Estado nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia por tantas atrocidades. Hablemos claro: no es rencor ni odio lo que nos guía y me guía, es justicia y lucha contra la impunidad. A los que hicieron este hecho tenebroso y macabro de tantos campos de concentración, como fue la ESMA, tienen un solo nombre: son asesinos repudiados por el pueblo argentino…’

El daño causado por el terrorismo de Estado atraviesa toda la sociedad con nefastas consecuencias, sólo aquellas sociedades que no olvidan, no repiten.

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